LIVE AND DANGEROUS

Relato del fuego que abrasa.  El periodismo puede ser especialmente cruel con las biografías de quienes se fueron temprano. Leer una biografía de tus héroes de adolescencia presenta un riesgo alto de desilusión, el dolor inconfesable de la edad adulta. Pero, ¿qué es irse demasiado temprano? En el rock and roll, dejar un sentimiento de orfandad entre tus seguidores. Tu vida sigue, pero la ilusión los pone salvo de inoportunas confesiones de sus seres próximos, que tejen las biografías que se escriben después sobre ellos. Me ocurrió recientemente al leer la espléndida biografía sobre Hilario Camacho, “El trovador de Chamberí”, de Álvaro Alonso (editorial Sílex). La lectura produce un viaje paralelo entre la vida real del artista y tu propia vivencia de las canciones en el tiempo que compartisteis. Ascenso y caída es algo intrínseco a la vida, especialmente a la del artista fulgurante. ¿Qué aporta, realmente, conocer todo sobre ellos?

En la biografía Cowboy Song (editada en España por Es Pop ediciones), vuelvo a acompañar al gran Phil Lynott en el viaje narrado desde su irrupción en los círculos bohemios de Dublín hasta su muerte como estrella de rock en decadencia apenas 15 años después, en 1986. Quién no conoce “The boys are back in town”, aunque sea de la película “Toy Story”. Para algunos, entre los que me encuentro, fue el himno del verano de 1976. Puedo asegurar que el disco que la contenía, “Jailbreak” de Thin Lizzy, fue el vinilo que más veces se puso en mi hogar familiar, compartido con otros siete hermanos y los padres. Lo sé porque yo fui el responsable. En los cruciales años siguientes, hasta la publicación de “Black Rose”, en 1979, la música de Thin Lizzy marcó, junto a Neil Young y pocos más, con unas letras muy por encima de lo normal en el circuito, la vivencia de aquellos días. El rock nos hizo libres. Y Phil era lo máximo. No hacía falta ser como Dylan para reinar.

En nuestro pequeño mundo de mitos celtas, cielos grises y acantilados forrados de verde, Phil Lynott había conseguido reunirlo todo: leyenda, conquista de tierras y corazones, isla esmeralda, sueños inconcretos y ternura con dúos y duelos de guitarras eléctricas. En el verano de 1981, en el castillo de Slane, a las afueras de Dublín, Thin Lizzy eran cabeza de cartel. Por si acaso, Phil Lynott llegó en helicóptero para delirio de sus seguidores y para marcar distancia con los emergentes U2, unos chicos de Dublín también, que se disponían a tomar el relevo y cabalgar los tiempos como pocos grupos lo habían hecho antes. Para nosotros fue “EL” concierto. Una masa de quince mil jóvenes entregados al grupo que era cabeza de cartel: Thin Lizzy. Agradecidos a la emancipación que nos traía el rock, no queríamos saber nada de decadencia, cuesta abajo, ruina y muerte en el rock and roll.

En enero de 1986, cuando murió Phil, yo empezaba a salir de la resaca de los 80, de la primera juventud, con emociones aún muy confusas.  La noticia de su muerte hablaba de complicaciones por una neumonía. Se podía intuir cierta vida disipada, pero es que era una estrella de rock. Por entonces, ya casi no escuchaba su música. Pero la sensación de orfandad fue gigantesca. ¿Por qué te habías muerto, Phil Lynott? Thin Lizzy era de las pocas cosas que aguantaban en mi corazón el embate arrasador de los 80 en la música. Buscaba trabajo y, a la vez, quería entrar en el máster de periodismo de El País. Para la selección de alumnos, había que enviar un artículo periodístico motivado. Y yo escribí uno que se titulaba “Accidente laboral”. En él justificaba la vida disipada, los presumibles excesos, las obligaciones inherentes a una vida profesionalizada del rock. Igual que el obrero se la juega en el andamio, la estrella de rock tiene que vivir al filo porque solo así es capaz subir cada noche a un escenario y hacer vibrar a miles de personas con su música.  Esa era la tesis con la que negaba la noticia de la muerte de Lynott, que nos hacía mayores de golpe, pues aún no habíamos salido de verdad a pelear, a buscar trabajo, a vivir. Las drogas, la carretera, la arrogancia, el sexo, el dinero, el poder, la ambición: ¿por qué habían caído tantos antes del escenario, arrastrados por los excesos hasta la tumba? Seguramente mencioné trabajos duros y físicos, mineros, pescadores, jardineros, cuya labor convive con un desgaste evidente y evaluable. ¿Pero quién mide el riesgo del rock and roll? Esa era la tesis del artículo. Por supuesto, no me cogieron en El País, aunque creo que el ejercicio me valió para afrontar el duelo.

Termino la lectura de “Cowboy Song” con el corazón de adulto compungido. Primero brota algo parecido al reproche: pero, Phil ¿de verdad te dejaste arrebatar por los excesos de forma tan burda? Qué desastre en todos los órdenes. ¿Eso era la cima del rock? ¿A esto nos entregamos en aquellos años de búsqueda?

Pero después tecleo “Thin Lizzy” en Spotify y, durante los siguientes días, me sumerjo en el universo que una vez me hizo tan feliz. Escucho “Live and Dangerous”, éxito total de ventas en  1978, uno de los mejores discos en directo de la historia del rock. Es Phil Lynott en estado puro, hablando con su público, o sea, yo, nosotros. Escucho mixes y LPs y viajo por los veranos dublineses de mi adolescencia. Recuerdo visitar a mi gran amigo Cormac en pleno verano de 1976, en el taller de Pat Gallagher, “un tipo majo”, donde trabajaba para convertirse en mecánico de coches, y hablar del LP “Jailbreak”, que me acababa de comprar y llevaba bajo el brazo. Aún no sabía que ahí arrancaban miles de kilómetros y décadas de amistad íntima y que Cormac cambiaría la mecánica para vivir en España la vida que le apetecía de verdad y de la que hemos disfrutado tantas personas en Madrid desde entonces. Cormac y Justin, otro gran amigo de la época, me habían introducido en el universo Thin Lizzy el verano anterior con sus primeros discos, quizá irregulares, pero con un sustrato dublinés que provocaba algo que podía ser nostalgia a un chico de 16 años. El verano siguiente, 1976, sería el de su consagración con ese LP y de la mía, como sujeto capaz de despertar el interés de las chicas, o sea, lo más importante en la vida. “The boys are back in town”, “Cowboy Song” y otras siete canciones que se escucharon hasta el agotamiento en la casa de mis padres. Mis hermanos le pusieron el mote de “Silbiditos” por el sonido de las eses al cantar. Phil era como de la familia. Una canción, “Running back”, evocaba el momento irrepetible de la merienda de las tardes de aquel año. “Romeo and the lonely girl”, “Emerald”, todas ellas canciones sencillas de estructura, estrofas, estribillo, punteo 1 de un guitarrista y punteo 2 del otro guitarrista. Qué fácil y maravillosa era la vida, aunque nos estuviéramos hundiendo en lo desconocido y no tuviéramos palabras para describirlo y, por ello mismo, doliera tanto.

Termino la escucha del último LP de estudio de Thin Lizzy,  “Thunder and Lightning”, de 1983, (el último disco que escuché antes de ir a la mili, a enfrentar el temido futuro). La última canción decía: “Mamma, I am dying from a heart attack”. Quizá hablaba con su madre, Philomena, que lo crio sola,  muy conocida por sus fans, a quien Phil compró una casa cerca de donde él se instaló, en el norte de Dublín.

Allí reposan juntos en una tumba en el cementerio de Sutton, en Howth, que me he jurado visitar con mi amigo Cormac, a quien he regalado una copia de “Cowboy Song” en inglés, forrada de nuestras andanzas (ver la foto al final). Por esos mismos prados y acantilados de Sutton y Howth nos agarramos los primeros colocones mientras cantábamos canciones de Thin Lizzy y nos sentíamos vivos, con el pelo al viento.

Sí, casi 37 años después de aquel horrible día de enero de 1986, me quedo con los mundos que se crearon en mi cabeza al escuchar esta, aquella o esa otra canción. Señores del master de El País: hicieron muy bien en no seleccionarme para el curso. Mi vida fue por otro lado. Entonces y ahora soy incapaz de renegar de Phil Lynott a pesar de saber todo lo que sé sobre su vida. Ya no tengo ídolos. Pero sí recuerdos. Y no me olvidaré nunca de Phil Lynott.

***

En recuerdo de Ruth Gillespie: Irish blue.

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