
Es la última primavera de los 70.
Es plena primavera, la última de los 70. Los primeros días de calor, con nubes de algodón, dan brillo a la ciudad. La plaza de Colón refulge bajo el sol. Todo es nuevo a los ojos, que leen en los bloques de cemento del fondo un nombre que evoca otros mundos: Chilam Balam de Chumayel. Es el fin de la adolescencia. El joven se siente inmensamente libre, aunque para ello haya desbaratado las expectativas de sus padres (imposible comprender aún ese dolor). No hace mucho que ha vencido a su primera gran contradicción. La revolución ha triunfado. Son los primeros días de un nuevo orden. La ciudad gira a su alrededor. Los ojos, irritados por un (in)oportuno catarro de primavera, ven el espectáculo de otra manera.

Apunta lo que ocurre en la plaza y le salen versos.
Ha comenzado a apuntar las cosas que ocurren en la plaza y, sin querer, le salen versos. Aún no lo sabe, pero se ha desprendido ya de casi todo su cuerpo anterior. El que se sienta ahora en un banco de la plaza a media mañana es el cuerpo definitivo. De hecho, ya no crecerá más hacia arriba. Ahora penetrará el mundo. No podía continuar amarrado a algo que no solo no le atrae sino que ha llegado a aborrecer. Otra mañana, poco antes, cuando aún era invierno, había salido de un examen: se acabó. Esto no. Mi vida no va a ser esto. Y con ese “no” consciente, sereno, se cargó de fuerza. ¿Qué va a ocurrir ahora? Al fin lo suelta en casa.
—¿Entonces? ¿Qué vas a hacer?
—Ojalá lo supiera, solo sé que esto no. No puedo más. Lo he intentado pero no puedo, no va conmigo, me enferma.
—Bueno, lo importante es encontrar qué es lo que quieres hacer, porque algo tienes que hacer.
Estudiar sí, por supuesto, otra cosa. Algo de Humanidades. El Hombre. Me interesa el hombre. Filosofía, Literatura, Psicología, Magisterio, Historia. Tengo que pensar. ¿Periodismo?
***
Lo que has hecho en estos meses, libre como nunca más lo serías, aunque no lo sepas aún. Los jóvenes poetas, la línea del horizonte y la guitarra culona, París y Londres de una sentada, las carreteras mojadas de Irlanda y, por fin, la noche mediterránea, los cuerpos y el agua. Imposible contar tantas estrellas. Por qué no te atreves a ser poeta. Me gusta demasiado el rock and roll. Pues sé un poeta del rock.

Eres el líder de la revolución
Me he cargado de música y primavera, de pólvora y azahar, y resulta que ahora tiemblo de miedo a perder lo que nunca tuve, un amor. Todo se presenta nuevo bajo la luna y el sol. Eres el líder de la revolución. Los jóvenes poetas imaginados, de pelos alborotados y vehemencia sin límites, la línea del horizonte sobre el acantilado forrado de verde, el baño a oscuras en el agua helada, los cuerpos congelados corriendo por la playa. Y luego, la luna de agosto sobre el Mediterráneo.

Gracias por esta sacudida
Amable destino, gracias, por darme lo que te pedía, una sacudida, esta primavera adulta que se ha convertido en verano, confirmando que la sospecha dolorosa y aguda de la adolescencia era cierta: los cuerpos se pueden juntar y se puede caminar hacia el futuro, la casa de la vida. Amor sí, por favor. Aunque tiemble y tema perderlo. Adiós a la maldita adolescencia. ¿Es verdad que nuestros padres sabían lo que se les venía? ¿Realmente no era evitable todo lo que nos hemos magullado? ¿O siempre es así, todo está ya previsto? ¿Y el resto de la vida? ¿Todo está ya hecho y escrito por alguien antes que nosotros? Yo voy a tener vida propia.

Canción tras canción
20 años, la vida por delante, una primavera gloriosa, esta última de los 70. Voy a escribirlo. Sí, canción tras canción. A donde me lleve. ¿Nada nuevo bajo el sol? ¿Quién lo dice?¿Acaso no he roto con mi propio destino firmado? Todo será nuevo bajo la luna y el sol, todo nuevo si estás tú. Y canciones enamoradas, de la vida, canciones, enamoradas.
***
Julián sigue sin aparecer, aunque el editor me asegura que no hay razones para preocuparse. No sé de dónde saca la información. Más aliviada, después de hablar con Ramiro, quedé con Lena otra vez y charlamos con tranquilidad. Ahora conozco su (“simpatía” dice ella, yo creo que algo más) interés por el músico. Cuando habla de él, parece que brilla el mar del edén en sus ojos.

Solos en la isla, comenzándolo todo
Los imagino solos en esa isla del mar del sur comenzándolo todo. Le resulta inexplicable esa atracción y, cuando la describe, creo imaginar otra vida en la que ocurrió. Lo que me cuenta suena a maravillosa historia de amor, de las que deseas que te ocurran a ti. Sin embargo todo parece imaginario, porque cuando le pregunto por su vida pasada me dice que nada de eso aconteció.

Tenemos en común muchas cosas
Su presente es una relación asfixiante con un pintor que, según deduzco, pues ella no lo cuenta, la utiliza en nombre del arte y su obsesión por la creación. Está claro que el músico le atrae. Las copas que nos tomamos con despreocupación en un local de San Bernardo saben a gloria. Tenemos en común más cosas de las que pensamos.
Pero cada vez que Lena menciona al músico, una punzada me sacude. Julián no ha vuelto y no tengo pruebas de que sea por voluntad propia, solo comentarios esquivos del editor que se traducen en inquietud según pasan los días. Intento resistirme, pero acabo sucumbiendo a la tentación de preguntar a Lena por Ruth. Julián la mencionaba como centro de todo lo que está ocurriendo. Convenzo a Lena para que me ponga en contacto con ella. Debe ser una mujer fascinante, pues a Julián se le han escapado varios comentarios sobre ella que me producen un escalofrío que no reconozco (no puedo creer que sean celos).
Ruth me cita en el recinto del Alcázar de Segovia, en un mirador plagado de turistas, una preciosa mañana de sábado. Abajo, un prado de cuento y la sensación de que hablamos con toda la Historia de Castilla bajo nuestros pies.

Ruth no es cualquier cosa
Parece una turista americana de los años 50, con su pelo moreno recogido en un pañuelo de color crudo y sus gafas de sol Ray Ban Wayfarer, sus estilosos pantalones color caqui y una blusa de seda de colores pastel.
No es solo su tipo, que envidio de inmediato, sino la planta. Dalí pintaría un hermoso cuadro de esta visión de espaldas, apoyada sobre la barandilla, con la ciudad antigua abajo, a todo su alrededor, salpicada de iglesias. Ruth no es cualquier cosa. Me apoyo en la barandilla a su lado, expectante ante el contacto inminente con la mujer que tiene obsesionado a Julián.

Un prado perfecto para un concierto
—¿Ves ese prado ahí abajo, Raquel? ¿No sería perfecto para un festival de verano, con el castillo de cuento iluminado aquí arriba, de fondo?
Me sorprende el comentario. Esperaba una aproximación mucho más reservada, secreta. Observa mi sorpresa desde sus gafas oscuras. Me tranquiliza con un gesto amable de su boca, que no llega a sonrisa.
—A nuestro músico le encantaría. Aunque no lo sepa aún, quizá acabe dando un concierto ahí abajo —continúa con naturalidad.
Me abruma la seguridad con que habla. Puedo “ver” perfectamente ese concierto de noche, el castillo iluminado y, sin saber cómo, siento que sin Julián no sería posible.

«Veo» perfectamente ese concierto
Imagino la escena: el músico en el escenario, Julián viéndolo también, es extraño, porque está dentro y fuera del escenario, y yo también me veo allí, porque lo estoy describiendo. Escapa por completo a la razón. Su capacidad de sugestión es colosal.
—¿Por qué Julián es tan importante para vosotros? ¿Está en peligro? ¿No puede encargarse nadie más del músico? —me recupero del asombro inicial gracias a un recurso periodístico. Hay que despejar el ruido y distanciarse para distinguir la realidad. Ruth está aquí. Esa es la única certeza. Y ha aceptado verme. ¿Como periodista? ¿Como compañera y amiga de Julián?
—Julián está bien. Vamos, está a salvo. Recuperándose de su experiencia extrema en la montaña.
—Recibí un mensaje suyo desde allí. Parecía en peligro. Me remitió a ti.
—Sí, confiamos en ti.
—¿Confiamos?
—Él, sin duda. Nosotros también pensamos que puedes ayudarle. Se encuentra en un momento delicado y aún queda mucho trabajo por hacer. Necesitaba subir a la montaña, aunque no lo supiera.
—¿Quieres decir que le citasteis allí a propósito sabiendo que entraba una tormenta?

La montaña también es forja
—La montaña no es solo sueño. Es forja. Julián necesitaba enfrentarse a su propia tempestad. Y ha sobrevivido. Pero tardará aún un poco en volver. Tenemos planes para él.
—¿Planes? No va a poder estar ausente de la redacción mucho tiempo. El editor lo despediría.
—Seguramente ya está preparándole su nuevo reportaje. En breve se irá de viaje —Ruth no descansa nunca. Sin duda, es la jefa.
—Entonces, ¿qué puedo hacer yo, qué quieres que haga con Lena? ¿La acojo en mi casa? Puedo hacerlo. Tengo una habitación de sobra.
—Se han complicado mucho los cruces. Podríais trabajar en equipo Julián y tú…—Ruth se detiene mientras escruta mis sentimientos—. Hacéis buena pareja.
Me descoloca un poco su comentario. Soy yo la que quiere saber lo que hay entre ellos dos.
—Ruth: Julián y tú,…El habla de ti como si fuerais cuerpo y alma. Más incluso, cuerpo y cuerpo…
—¿Te refieres al sueño de la montaña? —Ruth no puede ser más directa.
Julián comentó a la salida del concierto de Paul Simon su éxtasis con Ruth en los Andes, en la montaña. Solo puedo mirarla en silencio y esperar su sentencia.
—Ocurrió, sí, justo cuando tenía que ocurrir. Pero él no sabrá nunca si fue real. Y tú me guardarás el secreto, ¿verdad?
—Sí.
—En realidad ha ocurrido muchas veces y siempre en sueños. La primera fue hace muchos años. Yo le acechaba desde las nubes. Él era un joven sentado en un banco, en una plaza céntrica de Madrid, con la cabeza llena de emoción, irradiando en todas direcciones su magnífico enamoramiento de la vida. Sacó una libreta y yo me introduje en ella sin que me viera. Ese día escribió una bella canción de amor.
***

Me perdí en la montaña cuando más me necesitaban
He fallado. Ruth no me lo va a perdonar, con todo lo que hemos trabajado para este momento. La acción estaba prevista para la noche del 23 de abril. Pero poco antes, justo cuando más preparado tenía que estar, me perdí en la montaña. Ahora habrá que volver a hacer planes, quizá movilicen a otros para sustituirme. Lo peor es lo inseguro que me siento. Aún estoy recuperándome del enfriamiento, las quemaduras en las manos. Si estaba todo listo para el salto, ¿por qué diablos me citaron en lo alto de aquella montaña? ¿Acaso dudé y me lo notaron? Confieso que, mientras repasaba el plan de acción, que tengo redactado desde hace tiempo, me invadió una sensación de insatisfacción y duda total: el mundo está como está y yo me dedico a jugar a polis y ladrones a las órdenes de una diosa a la que deseo por encima de lo racional. Imaginaba ya su agradecimiento tras la misión, una escapada juntos, por Dios, el sueño de la montaña. Y allí me citaron, de repente. Pensé que podría haber premio, además de recibir instrucciones. Pero, en realidad, aún no he hecho nada. Luego, arriba, resultó complicado esquivar a los americanitos de Kink.

El frío era espantoso
Cuando vi las noticias después, comprendí que había dos parejas de gringos ese mismo día en la montaña buscándome. La primera casi me caza. La segunda salvó a una familia de la tormenta. Tuve que esconderme de ellos y cavar con las manos para construir un pequeño refugio en la nieve. No dormí ni un minuto por miedo a quedarme congelado. El frío era espantoso, casi tanto como la angustia de pensar que estaba tirándolo todo por la borda. ¿Se puede saber de dónde sale todo esto? Solo a mí se me ocurre desafiar al destino a estas edades: le pido que me saque de mi acomodo y me lanza en las manos de Novella. Y Novella me catapulta al vientre de la tormenta. ¿Por qué?
Llegué débil y achacoso al piso franco que pusieron a mi disposición cuando llamé desde un hotel de la sierra, después de la noche infernal en la montaña. La nevera estaba llena, había calefacción. Yo solo quería secarme, comer y dormir durante una semana. En el botiquín había de todo, hasta crema especial para las quemaduras por congelación. Demasiada casualidad. Me da que más de un “novellero” se las ha visto con la cara más hostil de la montaña antes que yo. Sobre la mesa, una hoja escrita a mano con el protocolo para estos casos: no salir hasta recibir instrucciones.

Su canto sobresale, como encajado a propósito
Vale. Pues a esperar. Afortunadamente, hay una pequeña biblioteca. De entre los volúmenes, uno me llama la atención porque su canto sobresale, como si lo hubieran encajado así a propósito: El mundo de ayer, de Stefan Zweig. Empiezo a leerlo y soy incapaz de soltarlo hasta terminarlo tres días después. Me impresiona que a los 50 años, en el culmen de su éxito, Zweig pidiera al destino un revulsivo para sacarle de la comodidad. Y el destino le envió a Hitler, la más horrible montaña que ha conocido la Humanidad. Solo descanso a ratos, para ver las noticias de la televisión. La emoción que me produce la lectura del desmoronamiento de Europa hace 80 años en esa sobrecogedora primera persona de Zweig condiciona la visión de los telediarios. ¿De verdad vamos a permitir que se desmantele la Europa que ha conseguido acabar con las fronteras?
Distingo un papel en el suelo de la entrada. Alguien lo ha pasado bajo la puerta. Instrucciones, al fin.
***

Las cámaras vigilan la escena
Plaza de Colón. Media mañana. Primavera. Nubes de algodón. Brisa fresca. Tienes que sacar el pañuelo para sonarte, porque el enfriamiento de la montaña continúa aún bajo forma de catarro. Los ojos están irritados. No puedes evitar mirar las altas farolas y las cámaras que, con seguridad, vigilan la escena, como todo ya en las ciudades. Una enorme bandera ondea y me fijo en el contraste de colores con el azul del cielo. Por qué citarte allí. Es un suicidio. Os podrían coger con facilidad, solo falta que saludéis a cámara. No quieres buscar con la mirada precisamente para no desatar la curiosidad de algún controlador de pantallas del ministerio. Por eso no te das cuenta hasta que casi está sentado a tu banco. Un inmigrante empuja una silla de ruedas ocupada por un tipo de aspecto robusto y mentón pronunciado de bastante edad. Lleva una boina agarrada en la mano. Se le ve incómodo en la silla. Ahí está Ramiro para apoyarte, sin su cojera, disimulada hoy gracias a la silla de ruedas. Muy hábil, para despistar a las cámaras. Ruth no podía venir. Hoy necesitabas a un veterano, no a la jefa. Le recibes con una frase descoyuntada.
—No siento nada. Estoy confuso.
Ramiro tarda en contestar.
—Quizá la historia del músico te parezca una nimiedad cuando percibes que todo el mundo se desmorona a tu alrededor. ¿Te parece poca cosa sacar de aquí al músico y a Lena y a los demás?
—Hasta hace bien poco me parecía una obra magna y llena de sentido. Me sentía orgulloso de que Novella hubiera confiado en mí, indigno sucesor tuyo. Me emocionaba la misión, quería ver al músico y a Lena juntos, al otro lado. Pero ahora siento que hay más cosas de las que ocuparse. Y, a la vez, la tormenta me ha desfondado. Se ha perdido la gran oportunidad del 23 de abril.
—Quizá viniera bien parar la misión, o fraccionarla. O repensarla un poco. Raquel te podría ayudar. De hecho, se ha preocupado por ti (silencio) y ha conectado con Lena. La hemos dejado porque parece de fiar.
—Lo sé. Es una persona comprometida.
—Como tú.
No estoy seguro de serlo. Dudo hasta de mi sombra. Al llegar al piso franco, me sentí vacío, como si me hubieran despojado de emociones. ¿Es eso lo que pretende Novella? ¿Insensibilizarme para que no dude cuando llegue el momento de actuar? ¿Por qué me enviaron ahí arriba?
—Te enviamos a la montaña precisamente porque habías dejado de sentir, Julián, para que ella te despertara del letargo. No sabemos qué te ha pasado, pero parecías muy confuso. No, no estabas listo para el salto el 23 de abril. Novella no es, no debe ser una justificación para cambiar de vida solo porque te aburras o te sientas insatisfecho con la que te has construido. Novella supone una entrega a los demás. No es un entretenimiento sin más que te pone el destino solo porque le hayas pedido un poco de picante en tu vida. Novella va de poner tu voz y tus manos al servicio de aquello en lo que crees. De eso va Novella.
—¿Y si no creo en nada?
—Eso es palabrería propia de un joven que empieza. No es tu caso. Recuerda esta plaza, aquella primavera.
Sientes el vértigo del futuro. Europa languidece y tanto por construir en tu vida. Tantos años después, en Colón, pides al destino otra vez que sea amable, sí, pero que te revuelva. No puedes quedarte parado, insensible a todo.
—¿Tú crees que está todo escrito ya? ¿Queda algo nuevo por hacer bajo el sol? —una melodía procedente de un tiempo anterior me penetra el cerebro según pronuncio las palabras, un estribillo. ¿De dónde llega? La trae el viento, como de las nubes.

¿De dónde llega esa melodía?
—El destino lo escribe cada uno. Así que: sí, puede haber algo nuevo bajo el sol. Y bajo la luna. La ilusión del futuro, lo que queda por vivir, por qué renunciar a crear, a seguir viviendo, a perforar las capas del mundo mediante la acción y la observación. Eso es lo que hacemos, chico. Tú a tu manera, yo a la mía. Por eso nos reclutó Novella. Mi pelo se volvió blanco de años, no de sustos. El tuyo ni siquiera es gris. Sal cuanto antes de tu burbuja, de tu tormenta. El mundo te necesita.
Le miro asombrado. Ramiro nunca habla tanto de corrido. Y continúa:
—Saliste de Colón, de aquí mismo, cambiado, buscando un camino de adulto que te permitiera la observación del mundo y de los días, a la vez que demandabas poesía y acción, conceptos que, sumados, pueden implicar agitación y vida. ¿Te preguntas por qué ahora interesas a tanta gente?
Me sumerjo en el recuerdo. En aquellos días combiné soledad con la compañía de los amigos. Escribí sin descanso y sin prejuicios, hilvané melodías que permitieran a las palabras viajar, perdurar en el tiempo. Me rebelé contra la posibilidad de que no pudiera haber nada nuevo bajo el sol y bajo la luna, que todo estuviera ya hecho y escrito. Soñé vivir y representar la vida para interesar a mucha gente. Y no solo a la futura Policía Normal. O al futuro multimillonario Kink, que quiere atrapar el instante sublime para su máquina de realidad virtual. Porque cuando las palabras viajan libres se nutren de la vida de quienes las escuchan. La vida, equilibrio inestable: qué bello concepto físico. De la adolescencia se sale y el resto es futuro, a cachitos de presente. Oh, pero estoy tan aturullado: ¿a qué viene una tormenta como esta en la plenitud de la vida? Ramiro, acláramelo. ¿Por qué en Colón, un sitio tan céntrico, tan lleno de cámaras?

¿Por qué en Colón?
—Porque aquí naciste como adulto y porque vemos que te interesan muchas cosas más que el músico y la camarera. Y porque tenemos que mantenerlos atareados, a la Normal, a los de Kink, hacer crecer nuestra leyenda, que sientan que jugamos con ellos. Quizá así algún día se cuestionen por qué nos persiguen. Y también a los ciudadanos. Para que siga existiendo una prensa libre, alimentada por realidades como Novella, debemos compartir el riesgo, dejar documentada nuestra existencia. Ahí tenemos a tu compañera Raquel —hace una pausa, esperando mi reacción— cada vez más implicada.
—¿Está en peligro?
—La Normal estará abriendo un nuevo expediente sobre ella, pero lo hacen todos los días. No has de preocuparte.
—Y a ti, ¿qué es lo que te hace seguir con Novella?¿Es por Ruth? ¿Os habéis acostado alguna vez?
Ramiro no responde. No estoy seguro de que mi ímpetu le haga gracia. Aunque conoce la respuesta, nunca respondería a esa pregunta.
—¿Qué es Ruth? ¿Quién es Ruth? —modero un poco mi impulso.
—Lo irás descubriendo. De momento, ve haciendo la maleta, porque tu editor tiene planes para ti. Tendrás que meterte en la boca del lobo. Y quizá no salgas. Así es el juego. Es como el escalador de montañas. No todos saben cuándo retirarse, no soportan la vida después de la aventura. Pero ten por seguro que, si tú quieres, el futuro lo escribes tú.
***
“Sé mi nube y ven, ven pronto. Y será otra vez todo nuevo bajo la luna y el sol”. El estribillo se dispersa por las cuatro esquinas de la plaza de Colón y vuela al reencuentro con las nubes.

Será otra vez todo nuevo bajo la luna y el sol
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