EL CORAZÓN DEL MUNDO (I): GEOGRAFÍA Y AMOR

  1. CLASE DE GEOGRAFÍA

 

Africa y Sudamérica juntos 7

—Hermano, en el mapa del mundo se ve con claridad que a Sudamérica y a África los han desgajado. Se podrían volver a juntar, para que  durmieran juntos, muy apretados. Encajarían muy bien. Sudamérica y África. Como si fueran novios.

Risas cómplices. El fraile que nos da Geografía se mosquea, se bloquea, me perfora con la mirada.

—Esas cosas no se dicen.

Pero ocurren, algo me dice que África se deja abrazar por Sudamérica por las noches, cuando nadie mira, cuando todos dormimos, cuando pasan todas esas cosas que cuesta tanto recordar al despertar, cuando al levantarme y empezar un nuevo día siento que he estado escuchando el latido del mundo.

 

2. EL GUITARRISTA QUE CANTA AL ESTE

Anochece en Salvador de Bahía cuando el guitarrista recorre con mirada desenfocada las primeras filas del público. Decenas de ojos femeninos se posan sobre su rostro color de miel, sobre sus manos inquietas que reconocen como nadie la guitarra. Pero él solo ve el océano, que empieza al borde del escenario, en el mismo lugar en que los cuerpos femeninos lo escrutan con pasión y hambre de amor, de canción y caricia. Abrazado a su guitarra, él solo ve el mar que conecta con otros mundos, otros continentes, otros tiempos. Su canción se zambulle en las aguas, se pierde en el horizonte rumbo al este. Sus dedos acarician las cuerdas, navegan por el mástil, su voz cautiva los sentidos, la letra,  “Primavera”…

Puñado de arena 2Esos mismos dedos dejarán caer después un puñado de arena sobre una espalda tostada y dibujarán sobe la piel un mapa imposible. Ella suspirará hacia dentro, tumbada, en contacto con la tierra y con sus manos. Se asustará al sentir un leve empuje regular desde el suelo, como un suave latido que llega desde la profundidad. Pero no se dará la vuelta, porque ese latido la llena de vida y expectativas. Sobre su espalda, los dedos del artista dibujan siempre la misma obsesión infantil, el contorno de África, que ha dibujado miles de veces. De niño soñó en tantas ocasiones con unirse al mundo, ser parte de él.

—¿Y cómo lo harás, mi niño?

—Con la música llegaré a todo el mundo, sobre todo a África. ¿No es de ahí de donde dices que venimos, abuelo João, este color nuestro, este dolor nuestro, la tristeza de la vida, sí pero ¿por qué ha de ser tan triste pues me siento tan vivo, abuelo?

—Tristeza y vida. No son contradictorias, mi niño.

 

La espalda se estremece de placer. Los dedos del guitarrista pronto se emplearán sobre todo el cuerpo. Ella lo sabe, lo imagina, lo desea. Aun así querría ver qué ha dibujado sobre su meseta tostada, sobre las colinas de sus omóplatos, le ha parecido que algo puntiagudo se perfilaba cerca de su rabadilla, como si confluyeran sobre ella las líneas afiladas de una flecha.

—¿Qué has dibujado? —la voz apenas tiembla. La pregunta es directa.

—El contorno de África. Esta es la punta. Ciudad del Cabo —y aprieta ligeramente con su dedo de guitarrista hasta que los primeros granos de arena se deslizan por un angosto valle apretado que vibra, prieto y oscuro, como parece agitarse la tierra bajo sus pies.

—Siempre miras hacia el este. En tus canciones siento el amanecer llegar desde África.

—Y ahora ¿no sientes el latido de la tierra?

Ella se estremece una vez más. A su pecho aplastado llega otra oleada. Y otra. Y otra.

Tatuaje corazón áfrica en pecho—Ven —el guitarrista de color de miel sacude la arena con suavidad y voltea el cuerpo. Frente a frente, solo queda el amor. Amor hasta el amanecer, en un rincón de la playa, la luna colándose entre las palmeras, el reflejo sobre ese mar que les conecta en un instante sublime y único, de juventud y plenitud. Los ojos marrones que se encuentran, las curvas oscuras, los labios carnosos, la ansiedad acalorada, la historia, el futuro, todo está en ese cuerpo tostado que se ha entregado tras escuchar su canción, descendiente, como él, de aquella tierra explotada, desangrada, a la que él dedica su lloro, su dolor, envuelto en armonías sincopadas de bossa nova. Nubes y estrellas en el firmamento oscuro acompañan a los amantes hasta el sueño. Al rasgar el día, él agarra de nuevo su guitarra y mira al mar. Ella despierta y lo ama aun más. ¿Quién dijo que los continentes no pueden amarse?

 

3. JUEGOS NOCTURNOS

—¿Jugamos a jugadores?

—Vale. ¿Norte, sur, este, oeste?

—Este.

—¿Valencia?

—Sí. Oye, ¿tú conoces a alguien de Valencia?

Athletic Bilbao años 68-70Estamos en la cama. Mi hermano duerme en la litera de arriba. Hace un rato que nos mandaron a acostar. Entra algo de luz por la ventana del patio, la persiana no está cerrada del todo. Y también se cuela la luz de pasillo por la rendija de la puerta de la habitación, aunque esta se apaga pronto. Los mayores se quedan viendo la tele. Pero no nos importa. Todas las noches, como un código sagrado que nos unirá más allá del tiempo y de los cambios enormes que sufriremos, alguno de los dos rompe el silencio de la oscuridad.

—¿Jugamos a jugadores?

Hay que adivinar el nombre de un futbolista. Nos los sabemos todos. Los del Madrid, del Bilbao, del Barcelona, del Valencia. Las preguntas van acotando. La primera es geográfica. El mapa de España está grabado en nuestras cabezas desde que empezamos la escuela. ¿Cómo será Valencia? Podría haber dicho Hércules también. Porque está en Alicante, justo debajo de Valencia, que me he fijado en el mapa.

Alicante postal años 70¿Y Alicante? En las fotos sale con palmeras, junto a un mar, el Mediterráneo. ¿Cómo será ese mar? ¿Y la gente que vive allí? En las fotos el mar sale azul claro. Solo conozco el del norte, el de mis padres, de agua azul oscuro y olas que dan miedo. Por eso nunca paso de la orilla.

—Norte.

—Bilbao.

—Sí.

—Delantero, defensa, portero…

—Portero.

—Qué fácil.

IríbarPero qué gusto da acertar, en este caso es Iríbar, nuestro ídolo. Sobre todo el de mi hermano, que juega de portero.

Mientras hablamos, el rectángulo oscuro de la litera sobre mí no me da miedo. Es como el casco de un barco que avanza en la noche y yo estoy bien amarrado a él. La voz de mi hermano reconforta mientras la mente se pierde en las formas cada vez más borrosas de la habitación. Del patio llega el sonido del ascensor de la casa contigua. Lo oyes arrancar, subir, y cuentas: 1, 2, 3, a ver si llega hasta el séptimo.  Una noche más, norte, sur, este, oeste, jugamos a jugadores, otra noche más. ¿Será así siempre?

Reloj lancoAún no tengo reloj, eso llegará con la Primera Comunión. Me regalarán uno de pulsera marca Lanco. En la parte de debajo de la esfera, en letra pequeña, que los mayores apenas pueden leer, no sé por qué,  dice “Swiss made”.

Pero antes de que llegue a mi muñeca izquierda, ya he aprendido a leer la hora. Mi hermano me ha enseñado: la aguja grande da las en punto, las y cinco, las y diez, las y cuarto, las y media, las menos diez, las menos cuarto. La pequeña va muy espacio y da las horas. A veces salgo de la cama con una misión especial encomendada  por mi hermano: sal y dime la hora que marca el cuco. Su tic tac resuena siempre en el pasillo. Solo lo oigo desde la cama si me fijo en él. Qué curioso, como otras cosas. Están ahí pero solo las veo o las noto si me fijo en ellas. El ruido de la calle, las conversaciones en el rellano de la escalera, el grito de mi hermana mayor enfadada con mi madre que llega desde el otro lado de la casa. Siempre estoy así. Se me cuelan las cosas en la cabeza y muchas veces no sé lo que hago ni por qué lo hago. Hace poco me rompí un dedo. Corría libremente en el patio del colegio, mirando hacia atrás y cuando volví la vista hacia delante me encontré con una pared. Puse la mano para frenar y se me dobló.

—¿Por qué lo hiciste? ¿No veías que te ibas a chocar? —mi mamá empieza a preocuparse por estas cosas.

— No sé. Es como si me llamara alguien desde atrás, pero también desde la pared. ¡Cómo duele, mami!

—Hijo, tienes que tener cuidado, que siempre te estás abriendo la cabeza. ¿No ves que hay cosas que te pueden lastimar si las haces?

—¿Cómo cuáles, mami? —el otro día en el médico me desinfectaron una herida en la cabeza. Una brecha. Me senté en una pelota y me caí hacia atrás. No sé por qué lo hice. Un par de años después me caeré por un agujero en el monte mientras juego al escondite.

Brazo vendadoMirada de ternura, ojos que se cierran, suspiro. Mami me quiere mucho. Todos los días nos damos un beso antes de ir a dormir. Por la noche, antes, me entraba miedo al apagar la luz. Pero ahora, como jugamos a jugadores, la noche se cuela poco a poco también en la cabeza sin asustarme. Antes de que me dé cuenta, mi madre está despertándonos para ir al cole otra vez. Así, día tras día, día tras día, hasta que llega un olor a verano que tampoco sé cómo pero se apodera de mí. Y la luz me llena de alegría y los árboles tienen muchas hojas y en el bulevar aprovechamos la vuelta del cole para jugar a las canicas en la tierra de los alcorques. Qué bien, algo pasa, hace calor, nos vamos a la cama más tarde, el curso ha acabado. Y a mi hermano y a mí nos empaquetan para el pueblo de mi madre, en el norte. Siempre el norte. Y la vista se llena de verde y monte, de praderas lisas muy inclinadas. Allí escucho otras voces, otra entonación, cada año lo mismo:

—¡Cuánto has crecido!

Entre cada año suceden cosas, cada vez me hago menos heridas en el cole, últimamente apenas jugamos a jugadores. Y mi madre sigue ahí, tan rígida al comer. Yo siempre sentado a su derecha. Pero me quiere tanto. Cada día que pasa parece igual al anterior. He probado a no dormir, a ver qué pasa, porque ya no me da miedo la noche. Pero no lo consigo. Mientras lo intento, me parece entrar en sitios raros, intento abrir los ojos, pero alguien me los cierra.

reloj de cuco 1Escucho de lejos el tic tac del cuco, su canto a la hora en punto. Una, dos. Son las dos de la mañana. Pero no puedo contar más. Lo siguiente es el nuevo día. Y todo vuelve a empezar. Voy corriendo al cole, porque no sé ir de otra manera. Los mayores caminan tan despacio que parecen parados. Me arranco mil veces a correr todos los días. Algunos adultos me esquivan con una sonrisa en la acera. Otros gruñen y se vuelven, pero apenas les escucho, porque ya estoy lejos. Un nuevo día: las clases, el recreo, el fútbol en las porterías enanas del patio, los curas. El hermano que nos da Lengua nos ha dicho que tenemos que entregarle una redacción de tema libre dentro de una semana. No tengo mucha idea. Es más fácil cuando te da el tema obligatorio.  El hermano Director nos anunció el otro día que vendría una visita muy especial: el padre Ángel, un misionero. Cuando entra hoy el Director, todos nos ponemos en pie.

Revista Aguiluchos 1Le sigue un invitado alto y muy delgado. Debe ser muy joven. No tiene la cara de mayor que la mayoría de los hermanos. Será porque no viste sotana ni tiene barriga, que algunos parecen tener un bebé dentro. El padre Ángel lleva camisa, pantalones y sandalias con calcetines. Vaya frío. Estamos en enero y va con sandalias. Mi madre nunca me dejaría. Pero tengo que probarlo. Nos habla desde la tarima. Gran regocijo porque nos tocaba clase de matemáticas ahora. En su lugar, el padre Ángel nos cuenta que su trabajo consiste en hacer de padre y de madre de muchos niños muy pobres allí, en África.

hucha negrito 1Agarra del pupitre del profesor una hucha con forma de cabeza de negro, de porcelana, que brilla. Es de las que usan nuestros hermanos mayores en la cuestación del Domund, el Domingo Mundial de las Misiones. A nosotros aún no nos las dejan llevar.

—Allá donde yo trabajo, hay muchos niños negritos, como este —nos muestra la hucha—, niños como vosotros, que juegan, ríen, lloran, se pelean, obedecen a sus padres….los que los tienen. Pero no van a la escuela.

—¡Jo, qué suerte! —se escucha por lo bajo de algún rincón del aula.

El director se irrita, pero el padre Ángel sonríe. Parece a gusto con nosotros, los niños.

—Vosotros tenéis mucha suerte de ir al cole, a este colegio tan estupendo —el director ya parece más conforme —. Vuestros papás trabajan, vuestras mamás os cuidan, todos los días aprendéis cosas nuevas en el cole: vosotros tenéis futuro. Vosotros sois el futuro.

Corrazonistas Claudio Coello 1963No entendemos muy bien, al menos yo. ¿Qué es el futuro? El pasado está claro. De ayer para atrás. Nuestros mayores dicen “el día de mañana” y yo pienso en que mañana haré casi lo mismo que hoy. Entonces, ¿qué es el futuro, si todos los días haces lo mismo? Cuesta imaginar que un día seremos como ellos, como nuestros padres, como nuestros tíos, con bigote y calvos. Un año tarda muchísimo en pasar, aunque ya me he fijado que al llegar el verano se oyen golondrinas al anochecer. Antes no me daba cuenta.

—Pero los niños negritos que viven con nosotros en la misión, allí en África, no van a la escuela. Ayudan a sus padres a traer leña del bosque, a traer agua del río en unos bidones enormes que les pesan mucho, a llevar a pastar el ganado al monte y traerlo de vuelta por la noche, porque allí no hay grifos, ni calefacción, ni cocina. Viven en chozas con techo de paja. Cada día es igual al anterior. Con suerte, encuentran lo justo para comer ese día y todo vuelve a empezar al día siguiente. Nosotros queremos darles un poco de comida, de medicinas y de clases para que aprendan, como vosotros, a leer, a escribir y no tengan que trabajar, como sus padres. Solo así se puede ser mayor.

—Mi abuela es mayor y no sabe leer —salta Lotario. Estallido general.

El padre Ángel se ríe a carcajadas.

—Sí, la vida no es solo leer y escribir. En África, la gente es muy pobre. No lo podéis imaginar. No solo vosotros. Nadie, si no ha estado allí. Pero si alguna vez vais cuando seáis mayores, vuestro corazón latirá más fuerte que nunca, porque a los corazones les inspira la alegría y no hay niños más alegres que los que intentamos ayudar. No echan en falta nada porque no tienen nada.  A veces, cuando me voy a dormir, por las noches, siento que del suelo me llega el latido de la tierra. Como si allí cerca estuviera el corazón del mundo. Y me siento feliz.

Revista Aguiluchos 3El padre se despide y nos deja una veintena de ejemplares de una pequeña revista sobre las misiones. Se llama Aguiluchos.

—Por favor, decid a vuestros padres que os suscriban. Recibiréis una vez al mes la revista.

Ya tengo tema para la redacción. Aún estoy impresionado por el padre Ángel. Imagino que cierra los ojos por la noche, como yo, y empieza a oír y ver cosas que no se ven durante el día. Es como si hubiera otro lado, otro sitio, donde ocurren las cosas extraordinarias. Casi puedo sentir cómo la tierra se mueve a impulsos bajo la cama, suavemente, como un latido. Ya lo tengo. Escucho mi corazón en el silencio de la noche. tam tam niñosLlega un ritmo desde la selva: Tam, tam, es un mensaje en clave, imagino a un niño y el tam-tam. Lo oigo subir de volumen. Se refiere a eso, al latido de la vida. Descifro el mensaje: podríamos sacar a los niños de la pobreza si juntáramos todos nuestros corazones, de manera que el mundo se moviera por un único latido, un único corazón. Suena cada vez más cerca. Mi cama empieza a sufrir leves sacudidas. Mi cuerpo, mi corazón se sincronizan con el latido. Veo cientos de niños arremolinados en torno al padre Ángel a su llegada desde España, con algo de ayuda, con el dinero de nuestras suscripciones. El latido lo puede todo. Es una sensación indescriptible de alegría. Al despertar al día siguiente, tengo la certeza de haber estado junto al corazón del mundo. Mi redacción va a ser la mejor.

 

4. NUESTRAS CICATRICES

Nos hemos amado tanto, todos estos años. Has sido un continente inmenso en donde he encajado, una tierra fértil barrida de tormentas a veces, único momento en que he llegado a pensar si podríamos haber amado más o si nuestro amor es real. Hoy nos lanzamos juntos a la tierra de ese sueño de infancia. Hoy toca celebrar la vida plácida de estos años entre tus valles y colinas, alejarse del hogar, sumergirse en estas aguas de pasión, de ensueño, de vitalidad. Volver a descubrir el mundo, y a nosotros, a través de este viaje de descubrimiento que tanto se parece a un amor de verano, explosivo, inevitable, perturbador, pues nada nunca será igual después de un amor así. Siento como que siempre hemos pertenecido a este lugar. Te acaricio con la mirada todo el tiempo. Siento la pena de la despedida anunciada mientras disfruto de cada minuto de este amor perecedero. Ahora que, al fin, nos encontramos, no querré marchar, porque sé que tú no puedes moverte. Yo me haré mayor y quizá me olvide de ti.

Guitarrista cantando 2

Nos despediremos con lágrimas en los ojos, pero yo seguiré mi vida y tú la tuya. Solo que ahora, al volver a ti y amarte tan locamente, compruebo que viviste seca, abandonada de todos, también de mí. Y eso que tenías, que tienes tanta vida. ¿Dónde está tu corazón, mundo? ¿Por qué no te haces escuchar? Late fuerte, que todos te sientan, que acoplen los suyos al gran latido del mundo. ¿Sueño imposible de infancia?  Qué viejo me haces, razón.

Surco tu piel seca algo tarde, sin saber si despertará. Ya sé que nunca duermes, que quizá no me esperabas. Pensé que podría llegar a ti desde el otro lado del mar, acurrucarme contigo. Volver a ti después de tantos años, desde que en la escuela nos hablaron de África. Ofrecerte lo mejor del Norte y del Sur que se coció aquí en Brasil, el planeta de las mil músicas.

Africa y Sudamérica juntos 5Cuánto has sufrido. Nunca debimos separarnos. Pero ahora estoy aquí. Te ofrezco mi música. Soy tu guitarrista. No sé si al surcar de nuevo tu piel dejaré una nueva cicatriz, como tantos otros. Por favor, ofréceme tu espalda. Quiero intentarlo. Encajaremos. Haremos un cuatro abrazados. Como en el principio.

 

 

5. TURISTA PREGUNTÓN

—¿Un turista preguntón o un periodista que oculta algo?  Su visado dice que está aquí por turismo. ¿Qué es Vd.? Tendrá que contárselo al capitán Mengistu, el jefe de policía. Y no le gustan las mentiras.

Silencio por mi parte. Aún no sé qué contestar. Otro embolado del editor. Me dijo que pasara lo más desapercibido posible. En África nunca se sabe qué es mejor. Llevo varias horas en una especie de sala de espera cutre de la comisaría de policía local pensando en la mejor explicación para cuando se digne aparecer el jefe. La mirada se me pierde de vez en cuando hacia lo que parece la celda, un lugar bastante peor, oscuro y húmedo, lleno de porquería, con barrotes de madera y un ventanuco alto por el que entra la luz de la tarde. La visión es como un frenazo, un golpe seco a mi espíritu, que no ha parado de volar libre desde que aterricé en este país, hace una semana ya. Me ha sido imposible comunicar con la Redacción desde entonces. Pero no porque no haya teléfono. Simplemente, siento que estoy en otra vida. Algo debía intuir el editor:

—No quiero que te acerques por la Redacción. Oficialmente, sigues de vacaciones. Últimamente ha llamado mucha gente preguntando por ti. No es normal. Algún día me tienes que contar de verdad en qué estás metido. O quizá mejor no. Si al final tienes esa exclusiva de la que me hablas, espero que no la vendas por ahí al mejor postor, que hay mucho dinero rondando por ahí para comprar hasta la verdad. Dinero, dinero, dinero. El dinero del Norte que corrompe al Sur.

Sí, en el último año he estado en el Norte. Me empapé de la luz fría de Copenhague y Malmoe. También en San Sebastián. Y en Palo Alto, invitado por ese millonario monstruoso que es Kink. Pero luego viajé al Sur, a los Andes, en donde mi enamoramiento de Ruth se sublimó en la noche de la montaña, nuestros cuerpos unidos en el sexo más maravilloso. Desde entonces, creía estar centrado, a salvo, colaborando con Novella y comenzando una nueva vida. Pero nunca consigo ponerme a los mandos.

El río me arrastra. Así llegó la tormenta justo cuando el plan para cruzar al músico y la camarera tenía fecha. Ahora me manda de nuevo al Sur de verdad, no al metafísico en el que muevo tan a gusto, el Sur donde la pobreza y la miseria reinan de sol a sol. ¿Qué es el Sur? Cualquier lugar donde la felicidad es más barata, diría Raquel. Raquel… ¿Qué tal estará ella? Hace más de un mes que no nos vemos ni hablamos. Demasiado tiempo, demasiada burbuja de mí mismo y mis demonios.  ¿Cuánto sabe ella de Novella? ¿Y el editor? ¿No estará también colaborando con la organización?¿Realmente le interesa este reportaje sobre ONGs trabajando con dinero de Cooperación y Desarrollo en Etiopía, un país que resuena en nuestras conciencias por su pobreza extrema, sus sequías y hambrunas? ¿Quién de entre nosotros puede imaginar lo que es una hambruna?

—¿Quién paga el billete?

—Tú por eso no te preocupes —el editor suena muy seguro de sí mismo—. El ministerio tiene un cupo e invita todos los años a varios periodistas.

—¿El ministerio?

—Sí. Quiere lavar un poco la cara después de los escándalos de corrupción que salpicaron el año pasado a Cooperación y Desarrollo.

—¿Por qué Etiopía? ¿Lo tienen todo en orden allí o qué?

—Me parece que hay una buena historia allí para la revista, que es a lo que nos debemos.

—Ok, jefe.

 

6. FARANGI! (¡EXTRANJERO!)

 

Niños. Niños huérfanos, niños pobres, promesas de vida que sonríen y revolotean alrededor de un ángel y su corte de voluntarios celestiales. Cómo corren, los niños.  En cada kilómetro, desde el aeropuerto hasta la ciudad a la que nunca llegamos, aparecen súbitamente a nuestro paso pequeños cuerpos que se arrancan y se paran. Cogen carrerilla y casi se ponen al pairo. Solo alcanzo a saludar con la mano, paralizado por el griterío y las sonrisas que lo acompañan. Por todos lados, bien junto al coche o a lo lejos, grupos de tres o cuatro niños corretean, juegan, solo eso, ejercen su infancia sin solemnidad ni descaro. Pero de forma tan rotunda que mi corazón se resguarda en el pecho, encogido, sacudido.

P1100278De cada revuelta del camino, surgen por doquier proyectos maravillosos de futuro moviéndose con piernas largas, oscuras y delgadas, vida en el estado más puro y frágil, que se manifiesta entera en una sonrisa blanca y expectante. Estoy aquí para ver cómo les ayudamos desde fuera a tener un plan, un futuro, para que el día de mañana logren escapar del círculo interminable de la pobreza sin remisión. Solo pensar que alguien pueda estar desviando recursos destinados a estos niños me pone en estado de guerra. Comerciar con ellos sería criminal, hola, hola, qué tal, muevo la mano por la ventana sin parar. El siguiente grupo de niños que encontramos es algo más mayor. En sus caras la sonrisa es distinta, algo más prieta, como si intuyeran que las siguientes vueltas del camino no son tan felices. Mi corazón se contrae otro poco.  Sé que a la mayoría les espera una vida incierta. Los que lleguen a adulto en un mundo tan desigual probablemente no puedan escapar a las reglas del juego que se perpetúa. Por eso estoy aquí. Para comprobar cómo nuestro mundo intenta, con su razón y sus excedentes, romper la condena, el pecado original con que se levanta cada día África. Condenado editor: siempre consigue que las misiones que encarga me agiten.  Así no sé cómo voy a cruzar alguna vez al músico y a la camarera. Me tienen de aquí para allá, así que se lo encomendarán a otra persona. Curiosamente, me importa muy poco el músico aquí. Solo puedo pensar en cómo corren los niños, yo también corría, sin cesar, sin razón, feliz, como ellos.

Muchas horas de avión y ahora de coche. Le pido al conductor que pare en cualquier lugar para hacer un pis. En plena faena, desde quién sabe dónde, surgen tres niños que corren hacia nosotros entre gritos.

—¡Farangi, farangi! (¡Extranjero, extranjero!)

P1090543El conductor, que también se ha puesto a evacuar, se parte de la risa. Sabe lo que va a ocurrir, aunque les hace un gesto para que guarden una cierta distancia. A mí se me corta la micción. Los niños se detienen a unos metros y nos imitan. Competición. A ver quién llega más lejos. Todos los chorros son fuertes y saludables, menos el mío, tímido, atenuado, cansado. Al terminar se acercan y me piden un bolígrafo. De la mochila rescato tres bolis de propaganda. A cambio me entregan las sonrisas más puras y agradecidas que he visto en mucho tiempo. Solo por dar lo que a mí me sobra y a ellos les falta. La que debería ser la transacción más elemental de la vida ha ocurrido a pequeño nivel. En mi pecho, el corazón se ha quitado una capa de óxido. Casi me parece escucharlo bombear desde el pecho cuando nos despedimos entre saludos.

P1100294Me cuesta arrancar y soltar sus manos. No quiero alejarme de ese instante de infancia recuperado, que ha aligerado tanto mi corazón. Pero hay que llegar a la ciudad antes de que se haga de noche. Es muy peligroso conducir después del anochecer. Antes de subir al coche, me llega una especie de latigazo desde el suelo. Luego otro. Subo algo asustado. Me había parecido sentir antes una especie de temblor continuo. En el asiento, las vibraciones llegan atenuadas. Vuelvo la vista atrás para verlos por última vez: ya están jugando de nuevo, ajenos al coche que se aleja, empuñando los bolígrafos. Ojalá se conviertan en sus armas a partir de ahora. Tú te vas herido. Ellos continúan ejerciendo su infancia. A partir de ahí, solo tienes ojos para las innumerables carreras de esas pequeñas criaturas junto a la carretera, arrancadas y paradas, jugando entre chozas de adobe y techo de cinc.

FBE342F1-3FFA-4C6C-9E75-CD6DD16B8176Desde el avión veías titilar estos tejados, estrellas blancas desperdigadas por todo el continente negro. Eso es África. Una tierra sembrada de tejados de cinc. A ras de suelo, tras recorrer casi doscientos kilómetros de una carretera que con frecuencia se desdibuja y se convierte en pista polvorienta, se te presenta la vida sin preámbulos de este país y, seguramente, de buena parte del continente. Sin duda es una calle mayor: Calle Mayor África al caer el día. Niños arreando rebaños de cabras o bueyes, mujeres con bidones de agua amarillos o grandes hatos de leña amarrados a la espalda, que han arrancado, un día más, al bosque; hombres conduciendo borricos cargados hasta las trancas, reses sueltas o en manada desafiando cualquier noción de prioridad de tráfico para vehículos. Todo ocurre en pocos metros a cada tramo de carretera.

2017-06-21-PHOTO-00002114Nuestro coche, un 4 x 4 blanco, se identifica claramente como de visitantes. Y el extranjero es muy bien recibido. Es una razón más para sonreír, porque trae ayuda, aunque no a veces no entienda a los lugareños. En esa zona, al menos, todos saben de la misión del padre Javier, quién sabe si él mismo conoció a aquel padre Ángel de las sandalias, si se encontraron un día junto a unas cataratas, o más bien, en una misión, cuando aquel Javier era joven y soñador: “Padre Ángel, supongo”, diría.

En esta parte no hay turistas. Solo hay cooperantes y chinos, que parecen haberse adjudicado toda la obra pesada de infraestructuras. Pero tú eres de otro tipo. Lo reconocen fácil. Tu coche se para con frecuencia porque tu conductor, que en seguida te ha calado, sabe que no tienes prisa por llegar. Eres un periodista y necesitas empaparte del camino. Sabes que en él se encuentra la clave de lo que luego vayas a relatar.

P1100325Un camino lleno de niños (—¡Basta, joder! ¿es que no hay nada más que niños hechos polvo por aquí, por Dios? —se te escapa en voz alta, abrumado por la visión continua de críos desharrapados pero felices, y el conductor te mira algo preocupado, por el tono, porque no ha debido entender una palabra), saludos continuos, música coral (todos gritan “Farangi, farangi” nada más avistar el coche y sus ocupantes) cada vez que los rebasas. El efecto Doppler traslada sus voces, su canto celestial, al pasado sonoro inmediato, porque no te detienes más y su canto se estira y se deforma en el aire y te perseguirá ya siempre. No hay tiempo si quieres llegar con luz  al lugar de destino. Todo languidece a la luz de la tarde, o quizá es solo tu mirada. Es hora punta, todos regresan a casa después de otro día más, otro día que termina. Llega la noche. ¿Cómo se enfrentarán a la oscuridad en sus chozas, en sus lechos, les besarán sus madres, jugarán a algo con sus hermanos? La luz cae cada vez más inclinada. Es tu primera tarde en África. Estás cansado pero no quieres que el viaje termine hoy, aún no, por favor, aunque sabes que te encuentras cerca porque está oscureciendo y el conductor lo habrá calculado bien. No quieres llegar aún, no por favor, que esto no se acabe, porque desde que te has puesto en camino todo te está resultando familiar, tanto que esperas que en cualquier momento se interrumpa el sueño:  un niño acostado, entrando en la noche, la tarde te ha traído el recuerdo de lo más puro, tu infancia, que no habías recuperado desde que se levantaran tras de ti las montañas de la adolescencia en una tierra en ebullición. No quieres que se pierda esa magia (¡todo es tan puro!) por llegar al hotel. Antes, un último saludo con parada. El conductor hace esta ruta con frecuencia. Tiene amigos en la carretera. No cesamos de saludar y decir adiós. Saludos continuos, hola, adiós. Hola, adiós. Saludos, saludos, saludos, con el gesto, con la voz, con la mano, que vuela fuera de la ventana abierta y señala sin querer las construcciones de adobe y finos troncos de eucaliptus a medio terminar, que pueblan todo el camino.P1090469

—Tienen que esperar a la época de lluvias para hacer barro y terminarlas.

El hotel, al fin, se parece más a un motel de carretera. Y es el mejor de la ciudad. Para empezar, hoy no hay agua. Y la noche se anuncia como una pelea a muerte contra los mosquitos. Pero algo te impide enfadarte. Sales a dar un paseo y cuatro chicos de entre 11 y 16 años se te pegan. En seguida te cuentan que son primos, que sus padres viven en el campo y que para poder estudiar (porque hay escuelas y universidad, la recuerdo, a la entrada, el mejor edificio de la ciudad) tienen que alojarse con una tía suya, también muy pobre, que acude al bosque todos los días a recoger leña.

2017-06-15-PHOTO-00001986Ellos trabajan de limpiabotas a la salida de clase para contribuir, como tantos otros que he visto en el centro del pueblo. Te sacan unos dólares para libros, te hacen firmar en un papel, te acompañan por la ciudad, te dan la bienvenida. Conocen la misión, viene mucho ”farangi” voluntario. Cuentan que los farangi son muy majos y les dan muchas cosas. Sobe todo, se ve que quieren ayudarles, aunque a veces no haya quien los entienda. Os cruzáis con un par de policías vestidos con uniforme de camuflaje y ellos se esfuman, amedrentados.

—Passport.

Lo has dejado en el hotel. Empezamos bien. ¿Podemos ir al hotel a recogerlo? Me acompañan.  Los chicos nos siguen de lejos. En la recepción hay caras serias a la llegada de los policías. Les enseño el pasaporte. Comprueban el registro. ¿Turista? ¿Voluntario? Sí, digo por decir algo. En el aeropuerto, al final, he cambiado de parecer y he entrado como turista, no como periodista, para ahorrarme líos, me faltaba un papel de la embajada. Dicen algo al empleado. Me lo traduce: mañana debo pasarme por la comisaría. OK. Se van de mi vida como han llegado: con poca gracia. Pasará la semana y no habré acudido a la cita. De repente se me cae el día entero y me doy cuenta de que estoy agotado. En el restaurante hay un farangi alto, joven, rubio, con perilla y mirada muy franca y amable. Es Julio, un fisioterapeuta voluntario en esa misión del cura vasco que congrega la acción humanitaria en la ciudad. Es español pero vive en Francia desde hace tiempo. Se acaba de casar con una cubana, que le espera en Niza, pero aún así ha decidido cumplir con su compromiso de un mes allí. Imagino las ganas que tendrá de regresar. Me identifico como periodista. A este sí se lo digo.

— Ah, sí, han estado también los de la televisión francesa haciendo un reportaje. Yo les hacía de traductor. ¿Te interesa el voluntariado?

No sé muy bien qué hago ahí. Quizá sea mejor decir la verdad, sin mencionar a Novella, claro.

—Realmente quiero saber si aquí la gente es tan feliz como parece, si los niños tienen futuro gracias a la gente que, como tú, deja a su familia en Europa o si es todo una futilidad, un derroche y un lavado de conciencia, en cuyo caso, qué va a ser de África.

—Vaya, un reportaje comprometido. ¿Cómo dices que se llama tu revista? ¿Las Nubes? Bonito nombre. Ya podía llover un poco. Quizá lo haga, ahora que estás aquí, ja, ja. Me arranca una risa franca (¿pura?), que ya no recordaba en mí.

Julio es un dechado de humanidad. Se agradece después del encuentro con los dos policías. Ha quedado con otra cooperante española en el hotel para cenar esta noche, por salir del entorno de la misión, pero no se ha presentado aún. Charlamos sobre la increíble fuerza de la vida en cada manifestación que nos llega, en la risa y los juegos de los niños (sí, pero luego es duro cuando te llegan a la misión pequeños desnutridos o con las piernas atrofiadas). Y sobre qué aportan el trabajo y la ilusión de voluntarios instruidos del primer mundo a la naturalidad con que la vida se desenvuelve, plena y simple, en este lugar tan “lleno de corazón”, me dice. Me pongo en guardia. Me ha llegado otra vibración, como un pequeño latigazo, desde el suelo.

—Aquí la vida empieza cada día. Sin capital acumulado del día anterior —entra una mujer de mediana edad, española. La tierra me envía otro latido. Me sobresalto. Es como si la conociera de algo. De repente me gusta mirarla, reconocer ciertos rasgos, no sé cuáles. Se sienta con nosotros.

—Soy Rosario, Charo. Profesora. De Valencia, bueno, de un pueblo. Me encargo de la escuela.

 

FIN DE LA PRIMERA PARTE

La segunda y última parte de esta historia, El río  se puede seguir en el Blog de las Nubes. Si pinchas aquí, te llevará directamente hasta ella.

https://blogdelasnubes.com/2017/08/04/el-rio-el-corazon-del-mundo-parte-ii/

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Gracias a Beti por las imágenes (y todo lo demás compartido.

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Un guitarrista de miel: Rodrigo Maranhão. Aquí, dos temas para imaginar lo que sus dedos podrían hacer sobre una espalda, después de haber actuado sobre el oído.

https://www.youtube.com/watch?v=lrnXGsnLrFI (Samba de um minuto)

https://www.youtube.com/watch?v=Z3jiYCy1QW0 (primavera)

 

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Muchas gracias a Taitu Tours, de Addis Abeba, por organizar tan bien algo que nunca pareció un viaje organizado.

http://www.taitutour.com

 

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