LOVER BOY

Atravesado por la certeza, muere el sueño.

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pORTADA Y DISCONo recuerda punzadas de desazón tan hirientes, tan llenas de espinas, como las que le han llegado de improviso desde la radio de su todoterreno. Sin querer, su mano nerviosa, descontrolada, ha hecho saltar la emisora. Esto es Rock FM. De la tertulia política de sin futuro de cada mañana al abismo del recuerdo. ¡Es Lover boy!

—Os dejamos con Lover boy, del fabuloso disco Even in the quietest moments, de Supertramp, de 1977, sí, el del piano cubierto de nieve. Una portada imposible de olvidar. Sabemos que esta canción os llegó muy dentro a algunos de vosotros. Salid de donde estéis y miraros al espejo. No lo dudéis, sois los mismos de entonces. Vamos, rockeros, atreveos a  responder: ¿Dónde llevasteis vuestras vidas?

No parece el mejor momento para mirarse en el espejo, pero hay uno en el parasol ya abierto para protegerse del arranque del día en la carretera, con el sol incómodo asomándose a la autopista, que devuelve el reflejo de esos primeros rayos rebotados por el metal de los incontables vehículos atrapados. Por qué no hacerlo, mirarse a los ojos en el atasco matinal, camino del estudio donde se estrena esta noche en directo el próximo gran éxito de su canal, un programa de telerrealidad de nombre El joven amante.

Atasco autopista 1Las últimas cuatro semanas, esta misma ruta ha sido escenario de múltiples llamadas telefónicas despachadas desde la conducción impaciente, a veces imprudente, rumbo al plató. El joven amante va a romper moldes. Supone un arriesgado intento de retorno a un romanticismo que anida en casi todos los espectadores, en tiempos de grandes avances feministas, que él conoce bien porque es un experto sociólogo. Hace mucho encontró en las producciones televisivas una vía de desarrollo a su creatividad sociológica, que ahora, tantos años y éxitos después, parece agotada. Sin embargo, el plató tiene a punto una apuesta aun más audaz para su canal, un formato rompedor para contentar a las masas televisivas, cada vez más caprichosas (eso le dicen las encuestas), que desean “casar” a nuevas parejas, seguir su cortejo, sus sueños, ilusiones, provenientes de realidades tan plurales y variopintas como las actuales, sin caer en clichés religiosos o políticos sino sociológicos. En un vuelco conceptual, ellos, los jóvenes amantes, tendrán que demostrar a las mujeres participantes que pueden construir un amor sincero, bajo el estereotipo romántico, tutelados semana a semana por la observación de la audiencia, que dictaminará si se desvían en exceso hacia formas anticuadas o si progresan como desee esa mayoría democrática con su voto televisivo emitido a través de las redes sociales.

Ellas buscarán un amor de igual a igual. Desde sus casas y teléfonos móviles, los espectadores votarán cuál es el mejor amante, el mejor Romeo en busca de una Julieta liberada que aceptará una relación romántica desde premisas feministas. Al final, los espectadores celebrarán haber juntado, cual celestinos, a los dos amantes más ideales y, quizá, duraderos.

La producción televisiva previa al estreno ha sido agotadora. En estas últimas semanas, doce horas cada día, consultas sobre el cast, cientos de candidatos, decisiones sobre el perfil idóneo para crear una historia de amor verdadero ungido por la masa. Ha entrevistado a los preseleccionados, se ha maravillado de la mirada de muchos de ellos, se ha ilusionado como el volcán que se despierta varios siglos después de su última gran erupción. “El país lo necesita, necesita una ilusión pura”, ha argüido ante el viejo león que gobierna la cadena, que duda ahora, después de tantas temporadas confiando en él. Él, que ha sido el maestro del entretenimiento más cuestionable, zafio y vulgar, “maestro del bajo vientre”, le han llegado a calificar en la prensa más conservadora.

postal antigua 1—No podemos fallar. Esta vez tenemos que crear la pareja perfecta —el jefe se expresa sin demasiada convicción. En su voz casi se lee un ultimátum a quien ha sido su gran forjador de la telerrealidad amorosa y de corazón de los últimos veinte años.

—No tenemos que crearla, jefe. El amor no se crea. Surge. Vamos a ver surgir el amor. Ese es el cambio. Vamos a ver de verdad el Amor en directo. Vamos a devolver la honra al género.

El directivo devuelve una mirada incrédula a su responsable de contenidos, que continúa:

—Será una pareja enamorada, encantadora, de la que todos hablarán. A la pareja ganadora se la disputarán después políticos, ONGs y, sobre todo, los patrocinadores de productos dirigidos a la vida sana. Se convertirán en embajadores de la paz. Su mérito (valor de mercado) será mantener en todo momento una actitud clara de enamoramiento, lo que nadie se cansa nunca de ver, lo que realmente puede cambiar el mundo, compensar noticiarios derrotistas y series llenas de personajes abyectos para reclamar la atención del espectador. Cada generación hasta hoy ha tenido una idea del amor. Y la vida se ha pasado y todos lo han buscado. Ahora les seguiremos  durante semanas, cuando salgan a comprar algo de comer después de un fin de semana fogoso (durante el cual, por supuesto, no habrá cámaras), o cuando uno de ellos consiga un trabajo en turno de noche que le acerque a su soñada profesión pero que afecte a sus hábitos y ponga en peligro su amor recién estrenado. La audiencia abogará por ellos ante la cadena, que hará las veces de la vida. Es grandioso: la cadena, nuestra cadena, será la vida, esa que reparte por igual alegrías y sinsabores, golpes mágicos y tajos letales, la vida tal como se la van a encontrar cuando se les acabe o baje, si es que es así, la llama del primer enamoramiento.

pareja besandose detrás de libroVamos a seguirles mientras crecen y se nutren, mientras el amor va cambiando de cara. Con sus votos, los espectadores ayudarán a hacer que ese amor dure, porque así lo necesitan ellos mismos en sus vidas,  instando a la cadena, a la vida, a intervenir cuando lo vea necesario. Por ejemplo, consiguiendo unos días de vacación para que se produzca un reencuentro apasionado entre los amantes, que llegaban exhaustos al amor por su cambio horario. Cada semana se asistirá por separado a sus razones para justificar una discusión tonta, un arranque de celos, el instante de vacío ante el espejo en busca de respuestas sobre el otro, el futuro, los cuerpos, la fidelidad, la pasión ciega, el sueño y la maravilla del amor duradero, la duda, la posibilidad de que todo sea un formidable error. Porque de todo eso hay en la construcción del amor. Y habrá canciones de amor, muy escogidas, y… (en su cabeza resuena una canción para conjurar el fin del amor, cómo se llamaba, ah, sí, Chanson pour durer toujours…)

Lover boy. En el espejo del parasol abierto ve una frente surcada por demasiado ajetreo, acumulado en años de jornadas largas y estresantes, unos ojos gastados en los que se esfuerza por encontrar la chispa que los habitó. Es suficiente para reconocer aquella mirada que intentaba mantenerse a flote en el océano de la confusión. Lover boy. Tanto dolor sin origen comprensible, tanta pasión en mitad de la tormenta, dónde voy, qué seré. Piensa en su hijo adolescente, el que le ha retirado el saludo y al que intenta convencer de que debe aguantar y fijar la vista algo más lejos de donde la tiene. Piensa en Father and son, de Cat Stevens. Ahora él cantaría los versos en voz grave de esa canción, el padre que intenta explicar sin éxito que el tiempo pasará y los sueños quizá ya no aguanten.

pORTADA PIANO ROTOYo también fui un joven desorientado, yo también creí que el amor era la fuente de toda cura, yo también despreciaba a mi padre por someterse todos los días a la misma rutina. Sobre todo aquel año, cuando todos en su entorno se rendían ante el disco de Supertramp y todo se le venía abajo, cuando una ingobernable nostalgia del futuro, de lo no vivido, sumía su alma en la perdición absoluta ante la ruptura con todo lo anterior, especialmente con el mundo que lo había construido y que lo lanzaba hasta allí y que él trataba de dejar atrás como se sacude un perro mojado por las babas del diablo.

Lover boy. Atento al sonido exquisito de su todoterreno, imagina y se sitúa en el segundo y medio de silencio desde el final de la maravillosa Give a little bit que abría el disco hasta el comienzo del piano del segundo tema: Lover boy se adentraba en universos sonoros que conectaban con un algo insondable. El chico amante. Yo lo soy, lo siento, lo quiero, lo seré, cuando la encuentre, pero todo es horrible, se desmorona, por qué. La música que ahora le llega fácil, incluso facilona, reconstruye el momento con eficacia. Como todos los temas de Supertramp, arrancaba despacio y crecía en desarrollo y profundidad. Por eso calaban tanto aquellas canciones.  Siempre acababan en alto. Qué claro lo ve ahora. Cómo te captaban, cómo envolvían esa indescriptible sensación de tristeza sobre lo aún por vivir, cómo te arrancaban del mundo anterior, pero delante no había sino un vacío oscuro.

plató tv 1Un bocinazo le rescata para el más burdo presente. Esto era el futuro. Un todoterreno en un atasco, camino del plató en el que manda lo bastante como para jugar, como un dios antiguo, sobre el enamoramiento entre dos jóvenes amantes, nada menos. Lover boy. Una democracia de los espectadores tutelada por su mano maestra para convertir juegos de amor en éxitos de audiencia. ¿Por qué es imposible imaginar la vida a los 18 años, si los padres no paran de describirlo, con palabras, con sus mismos ejemplos? Ahora es experto en dinámicas televisivas, después de combinar como nadie psicología aplicada y sociología. Los canales se lo disputaron durante años. Se quedó en aquella cadena que mejor interpretó que el juego con la audiencia, como el amor, hay que cuidarlo, que los sueños, sus sueños, los de los concursantes, los de la audiencia, son locomotora de futuro que tiran del tren de las audiencias cada noche. Ha jugado durante tantos años a un juego arriesgado, del que se siente horriblemente hastiado, estirando los formatos hasta la vulgaridad, abusando del amor. Pero no siempre ha salido como preveía. Y hace un año perdió la confianza de la dirección, que retiró un programa después de que un concursante abrumado por la manipulación intentara un suicidio en directo. Un escándalo. Su descanso forzoso coincidió con una bajada de las audiencias. Su retorno, esta noche, un año después, con el programa El joven amante, anuncia una nueva época o el fin de su carrera.

Ni príncipes ni prncesasVuelve con un formato revolucionario. Intenta juntar el siglo XIX con el XXI. Juntarlos por amor. Ha purgado en solitario y cree que la audiencia le devolverá la confianza. Muchas madrugadas en blanco le han hecho reflexionar sobre su deuda con el amor. Según piensa, la audiencia celebraría ver cómo los jóvenes enamorados se buscan en este tiempo presente al que el futuro le ha trasladado, un tiempo que reclama igualdad de género en todo. ¿Y en el amor?  Lover boy. Espera que El joven amante depare perlas televisivas de contenido incontaminado. Le encantaría que algún concursante confiese arrobado a cámara cosas como: “amor es añorar cada rasgo con dolor, estallar de gozo al volver a verlo, de placer al acariciarlo”. Ese será un “minuto de oro”, como los partidos de fútbol,  en las audiencias.  Su formato, su argumento, le han llevado al límite en el Consejo de Contenidos de la cadena, en donde muchos opinan que ha perdido el norte y que el estreno será un fracaso.

plato tv 2El jefe le ha dado una oportunidad, la última, contra su propia voluntad: si acierta, la cadena recobrará el pulso perdido un año atrás.  Lover boy, que los jóvenes llenos de vida se adoren en directo, lejos de la vulgaridad de los formatos de los últimos años.  Que la vida les haga madurar, evolucionar dentro del amor, todo bajo el ojo atento de la audiencia. Que en el mercado, en la oficina, en la peluquería, y también en las start-ups, al día siguiente, todo el mundo esté de acuerdo en algo: “qué buena pareja hacen y qué enamorados se les ve”. El joven amante. Esta noche en horario de máxima audiencia.

Su pelo de caracol, del que aún resta algún brote rebelde, asoma en el espejo del parasol en cuanto aleja un poco más el rostro, después de asegurarse de que el coche de delante sigue detenido. ¿De verdad soy yo? ¿Lover boy, el joven amante ante el futuro incierto? ¿Esto ha sido la vida? El tráfico empieza a despejarse. Ya se adivina el polígono en donde se encuentra el estudio. La canción ha llegado a su clímax. Todo queda sostenido un milisegundo, mientras apura el último resto de sonido de Lover Boy, la conversación con el joven que fue.

El sonido empieza a bajar, con la canción desbocada en su apogeo. El final del sueño. Apaga la radio antes de que se disuelva el último sonido en el silencio. No podría escuchar al presentador retomar su pregunta: sois los mismos de entonces. ¿Dónde llevasteis vuestras vidas? O mejor, ¿dónde os llevaron ellas? Un bocinazo del coche que le sigue termina de devolverlo a la realidad. Acelera descontrolado y apenas consigue echarse a la derecha, en el arcén, para no arrollar al coche que le precede. Apaga el motor y saca la llave. Se abraza a la rueda de cuero, llena de botones y funciones que ahora no le pueden aliviar. Estalla en sollozos. Llora desconsolado, liberado un poco más a cada espasmo. La canción ha terminado. Su carrera en televisión también. Llama a un taxi y deja el coche abandonado en el arcén. Mientras se restriega los ojos y se serena, acuclillado en la cuneta, se pregunta qué música escucha su hijo estos días en los parece tan perdido y solo piensa en abrazarlo cuando lo vea llegar por la noche.

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Chanson pour durer toujours (Richard Séguin)

Chanson pour durer toujours-

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