Viajo al norte por carretera. Me dan la bienvenida los montes reverdecidos que se apostan después de Burgos. De pronto, el paisaje que fue de tránsito tantas veces ahora exige la categoría de destino: quédate aquí, en este momento, con nosotros. Sí, pues son ellos quienes desatan el pensamiento mientras me escoltan a ambos lados de la autopista:
—Han comenzado a desmontar el andamiaje de tu casa.
Atrás han quedado el hijo y la tarde en la casa de campo. Él ya no crece y ella segrega ahora, casi en exclusiva, belleza y nostalgia con la vista al oeste iluminado. Antes, al principio, cuando nos plantamos allí, entre los árboles, las tardes y las noches de estrellas invitaban a soñar con el futuro siguiente, el mundo que llegaría algún día, cuando los hijos apuntaran ya a su cielo. Hecha la transferencia, en el más puro sentido pues él incluso vive allí, la serenidad se abraza a la mirada (y de paso la configura) cuando me reclaman los montes después de Pancorbo: «están llevándose los tubos y los tablones de la fachada de tu casa». Alguien la da por terminada. Sin embargo, no deslumbra, es una fachada sobria. Solo parece bien asentada mientras se enfrenta a la tarde, llenándose de la luz inclinada que transporta la experiencia del día. Ulises, Bloom, el joven de la guitarra.
Los operarios desmontan las tuercas, los tubos, las plataformas, las bases que permitieron sentir las cosas crecer dentro, todo lo que se buscaba sin saberlo, las complejas relaciones de las cosas entre sí, la mirada hambrienta de la juventud. Sin duda, necesitan el andamiaje para algún otro edificio en construcción. Si no, por qué habrían de llevárselo de bajo mis pies, quiénes son ellos para considerarme formado.
—Puede entrar ya en la casa.
Pero no se lo pongo fácil, me aferro a la plataforma, trepo por los tubos hasta el segundo piso, no quiero que desmonten el suelo que he pisado hasta hoy. Ellos miran hacia arriba con paciencia, casi con ternura.
—Sabe que nos la tenemos que llevar. Si no quiere entrar por la puerta, hágalo por ese balcón que le pilla al lado. ¿No ha tenido bastante intemperie ya?
¡Lo que se llegan a inventar para quitarme el andamio! Pues no, no he notado tanto el frío como el desgaste de la repetición en el aprendizaje, pienso mientras conduzco entre montes verdosos.
—Entre de una vez, por Dios. ¿Quién le dice que desde dentro no se pueden construir otros mundos? Mire: nosotros nos lo tenemos que llevar, se ponga como se ponga.
Paso al balcón, pero no sin rechistar, y ellos aprovechan para retirar las últimas piezas. Lástima, me había encariñado con una tabla. La fachada está bonita, lo reconozco en cuanto doblan la esquina. Han hecho un buen trabajo. Y quizá no esté tan mal mirar ahora el mundo desde la ventana.
Pero los primeros minutos del nuevo paisaje son, precisamente, para recordar la construcción del andamio, los mil viajes al norte, las innumerables travesías del desfiladero de Pancorbo, el anhelo de novedad, la ventanilla abierta y el cielo protector de los padres en los asientos delanteros, sobre una carretera más estrecha, a menos velocidad, soñando con que la vida les diera el relevo y así explorar ya plenamente ahí fuera, acunado por la belleza inexplicable de los montes verdes que saludaban a nuestro paso: montes, nubes, tablas, tuercas, tubos, abrazaderas, una estructura desde donde buscar casi a la ligera, sin cuestionar, solo moviéndome.
Pero, esperen: ¡se han dejado la tabla con la que me había encariñado! No puede ser un despiste. La subo como un rayo y la coloco rápido sobre el suelo del balcón. Sobresale la mitad como un trampolín hacia el vacío entre los barrotes, resto pirata de andamiaje. Me subo sobre ella, protegido por la barandilla dentro del balcón. Consigo encaramarme a la última luz del día, listo para cabalgar la noche sobre la tierra y levantarme fresco para vivir con vosotros una nueva jornada. Y es verdad que aquí dentro hace menos frío. Ulises, Bloom: el joven de la guitarra canta al fin la canción cuya música era incapaz de componer cuando nació el verso (1983):
Y al cabo del día,
Con la jornada preñada de futuro
Me tenéis,
Abrumado por la responsabilidad
De ser