No se llevan los discos a la playa. ¿Quién haría algo así? Algo más poderoso que la curiosidad se encendió en mí cuando vi a esa chica joven, de la edad de mis hermanas mayores, mostrar a otro chico joven la portada del disco con orgullo. Estaban en traje de baño, como yo, como todos.
Los tenía de frente, por lo que yo veía la contraportada del LP: el dúo más famoso, Simon y Garfunkel. Paul Simon apoyaba su cabeza, juguetón y menudo, sobre la espalda de su compañero, alto y erguido. La cámara los había captado mientras caminaban, haciendo las tontadas que hacen los amigos despreocupados. Los jóvenes (que no adultos, sin duda más próximos al ser en pleno aprendizaje que era yo a los 11 años) parecían compartir algo en secreto. Un disco en la playa. Agosto de 1970. Quizá lo acababa de comprar la chica y rebosaba de emoción, necesitaba enseñarlo al chico. O quizá lo había traído el chico porque quería impresionarla. Era una forma de llamar la atención de la mujer que habitaba ya, sin duda, en la joven. Luz de playa, sonido de mar de fondo, gritos de niños, alguna gaviota, ambiente de verano, montes verdes a los lados de la bahía, una isla en medio.
El niño no es capaz de imaginar aún lo que se traen entre manos los mayores, lo que les hace hablar y llenar de brillo sus ojos, pero intuye que es algo grande, que la juventud es algo grande, que crecer y hacerse mayor es algo grande, es la meta de la vida, la razón de estar, porque debe haber alguna razón para estar aquí y sentir las cosas como él las siente. Al final del verano se dará cuenta de que le gusta una chica, una niña, como él. Y el disco de la playa, aunque no suene allí, está presente, es el objeto que porta el mensaje mágico, el mismo que escuchan sus hermanas mayores a todas horas rodeadas de ese grupo de amigos, el combustible del cohete que las aleja a toda velocidad de la tierra de sus padres. Como otros discos. Como antes hacían, y siguen haciendo, los libros. Sí, el verano se llevará la calma. Para los hermanos mayores, avanzadilla de la vida, llegarán pronto nuevas aventuras y rebeliones. Y todo lo siente el niño, aún sin entender, a través de esas canciones que escapan por la puerta entreabierta de sus habitaciones. Hay algo en el aire, no lo puede interpretar aún, un mensaje revolucionario de los tiempos.
El verano se irá pronto, pero el disco de Puente sobre aguas turbulentas (entonces se traducían los títulos) está en la boca de los jóvenes, en sus miradas. Lay-la-lay, cantan todos, la historia de un pobre muchacho de Nueva York que nos cuenta su vida, que termina convertido en boxeador: “I am just a poor boy, though my story… Lay-la-lay…” Una historia de Nueva York, una más que entra por los poros desde la infancia para llenar el subconsciente de retazos de la capital del mundo que adoramos, que imaginamos, la que lo tiene todo, lo bueno y lo malo. También a Dylan lo construyó Nueva York…
Las voces armonizadas de Simon y Garfunkel siembran una nostalgia indescifrable en la conciencia que aún se está formando. El niño curiosea las portadas de los discos, las fotos de un chico alto, rubio, de pelo rizado y su amigo bajito, moreno.
¿Quién es quién? Y los títulos escritos en la contraportada, Los Sonidos del silencio, la Feria de Scarborough, el Cóndor Pasa, The Boxer, Bridge over troubled water, las palabras que anclan al cartón los mensajes etéreos que esconde el surco, el groove. Groovy, otra canción, todo es groovy, maravilloso.
El premio Nadal del 72 se llamará así, Groovy y al verlo en tus manos a los 14 años tu padre te dirá que no es un libro para ti, habla de una generación que se ha rebelado y tiene la fuerza.
En esa estación de paso, el rock progresivo que capta al adolescente borra momentáneamente el recuerdo de la rebelión de sus hermanos mayores. Le llega el turno ahora y sus himnos son distintos. Pero, en pleno despegue abrazado a la fuerza subversiva del rock, se topa con un disco prestado (sí, antes se prestaban discos, que normalmente costaba mucho recuperar), los grandes éxitos de Simon y Garfunkel. Lo pone de corrido y una emoción salvaje le recorre el espinazo, sacudido por el lirismo de America, que nunca antes había escuchado:
“Let us be lovers, we’ll marry our fortunes together”. Es la invitación más directa y bonita escuchada nunca en un primer verso. Las palabras, la música, llevan de viaje por un paisaje desconocido, imaginario, precioso, porque el cantante lo recorre de la mano de su chica, todo es cómplice en el amor: ven conmigo, recorramos juntos esta tierra de nombres aborígenes: Saginaw, Michigan, América, esta tierra en la que pondremos a vivir nuestro amor. Pásame un cigarrillo, creo que aún me queda uno en el abrigo, no, nos fumamos el último hace una hora. Qué risa, el hombre de la gabardina parece un espía. Y la luna se alzó sobre una colina mientras el autobús devoraba las millas sin fin. Un clarinete travieso y libre ponía el contrapunto a la nostalgia incontenible que generaba la canción.
La belleza de la composición despertó mundos dormidos: América era mucho más que un continente o un país, Estados Unidos: era una idea, un destino, el lugar donde vivir el amor, el sueño de la felicidad, tú y yo. En nuestra educación sentimental, lo asociamos a una geografía ideal y un estilo de vida que nos liberaría de nuestras cadenas externas e internas, de la dictadura de la edad, invitándonos a crear nuestra propia aventura americana, que para algunos fue incluso física, pues se lanzaron a sus paisajes y a sus millas.
***
El editor me consiguió otro chollo hace unos días. Iba a ir con su mujer al concierto de Paul Simon, pero le surgió un imprevisto familiar (los únicos que creo pueden justificar una ausencia así) y me pasó su entrada. Dio la otra a una redactora de la sección de sociedad, Raquel. La última vez que tocó Paul Simon por aquí fue hace 25 años y ella debía tener entonces 10 o 11. Quedamos en la puerta, cada uno con su entrada, por si acaso. Llegué más tarde y la vi prendada de las decenas de adolescentes que hacían cola desde hace varios días para conseguir el mejor sitio para ver a su ídolo dentro de ¡una semana! La maravillosa ciudad en que vivimos permite estos cambios de paisaje: las adolescentes se hacían al lado en las puertas del pabellón ante el río de vida macerada que acudía a ver al pequeño gran hombre de 75 años capaz de resucitar los sueños que una vez les guiaron, cuyos temas se convirtieron en portadores de agitación a pesar de ser intrínsecamente románticos.
—Yo también hice lo mismo —me suelta Raquel mientras pasamos el control de seguridad.
—¿Colas de una semana?—mi asombro es espontáneo.
—Sí.
No puedo evitar pensar en lo que nos manipulan las hormonas, los años, las modas, el poder, la pasión siempre, la belleza, en cuya busca acudimos los miles de veteranos de la vida otra noche de otoño. Raquel, con quien mantengo un trato próximo en la redacción, puede ser buena compañía para este concierto. Raquel siempre destila optimismo. No sé cuál es su conexión con Paul Simon y se lo pregunto.
—Mis padres, evidentemente. Quiero saber cómo llegué a esta tierra tan linda. Y creo que Paul Simon estaba allí cuando mis padres buscaban su lugar en el mundo.
Suficiente para mí. Definitivamente, el editor cuenta con algunas joyas en la redacción. Yo solo quiero música hoy, música para afrontar la misión secreta encomendada, que el concierto me dé valor y alegría, porque son las dos cosas que me hacen falta para llevarla a cabo. Guardo una cierta prevención, para no defraudar mis expectativas sobre Paul Simon, y me mantengo alerta, por si Novella quisiera comunicarse conmigo en mitad del concierto, porque empieza a ser costumbre. Voy acompañado, así que lo dudo. Pero la excitación del concierto se suma a la de mi nueva vida clandestina.
Las primeras canciones son antiguas pero recientes, es decir, no son “las” clásicas. Se establece una calma que al principio parecía pura frialdad entre público y cantante. Pero el escenario está lleno de artistas. Cada músico vierte calor y precisión desde la primera canción, la mejor combinación para la interpretación en directo. Y el público ablanda esa primera piel dura del sedimento de los años para mostrar la de debajo, la que siempre ha estado ahí, dorándose al sol de las emociones. Raquel tiembla, o eso me parece. Solo cambiamos miradas entre canción y canción, cuando el termómetro de los aplausos indica cómo sube a toda velocidad la temperatura del pabellón. Hasta que un arpegio de bajos descendentes revienta todas las prevenciones.
—¡Es América! —Raquel pronuncia el título con la voz temblorosa.
— Sí, América —todos los cerrojos de todas las cárceles se abren de golpe.
Raquel me agarra el brazo. Noto sus dedos incrustarse en mis músculos, es la primera vez que nos tocamos. Busca apoyo, un compañero para el viaje que va a arrancar cuando el cantante pronuncie las palabras mágicas. Dios mío, otro sortilegio.
—Let us be lovers, we’ll marry our fortunes together…
Suaves colinas se dibujan al fondo del horizonte. El foco de luz sobre el cantante en el escenario se convierte en la luna que se alza sobre ellas en el atardecer. Mi compañera de viaje lee una revista mientras yo miro por la ventana del autobús reconociendo el paisaje de esta tierra que es la que dará sentido y lugar a nuestro viaje juntos.
Como en un sueño, algo me impide girarme hacia ella para reconocer su rostro. Está, es parte de mi aventura, la aventura americana, América, ese lugar que destaca entre las nieblas, el espacio en que soltaremos al ser enamorado que nos desborda. Todos buscamos América, canta Paul Simon.
Raquel, compañera de asiento en este viaje, me mira con los ojos a punto de sucumbir a una enorme una lágrima:
—Suéltate.
De repente hace frío, estás en una cabaña, bien alto en una montaña pelada que reconoces. Estás de nuevo en los Andes. Es de noche y te agitas en un jergón humilde pero acogedor, empujando en tu sueño a los gringos que hasta hace un rato te amenazaban en un restaurante andino, a ti y a Ruth. Se abre la puerta de la cabaña y entra aún más frío pero, al cerrarse de nuevo, una voz te tranquiliza y te calienta.
—Soy yo.
Reconoces, aunque es un susurro, la voz que más te habría gustado escuchar esta noche, cuando, tras la aventura, dos mulas os condujeron hacia lugares separados de la montaña (Ver artículo Sortilegio de los Andes https://blogdelasnubes.com/2016/09/15/sortilegio-de-los-andes/). Estamos en América. La tierra donde todo es posible. Ruth, quiero que sepas…
—Hazme un sitio.
A la luz de la vela, comprendes que esa mujer de la que estás absolutamente enamorado se te está ofreciendo entera. Te ha salido a buscar en la noche helada, como si ella tampoco pudiera tolerar la separación forzosa, en la misma montaña, como si necesitara juntarse contigo por encima de todas las cosas. A pesar del frío, se quita una a una las capas de ropa que la protegían. Su cuerpo espléndido, su pechos divinos que te terminan de despertar del sueño, su piernas lisas como una escultura, el triángulo oscuro que esconde el secreto de la vida, todas sus formas vibran irreales al ritmo que impone la llama oscilante de la vela. Ese cuerpo desnudo y cálido se desliza entre las sábanas del camastro para apretarse a ti como nunca lo hiciera otra mujer. Te abraza con brazos y piernas, se restriega y gime con extraña voz, pidiendo correspondencia. Te incorporas, te frotas bien los ojos, tus brazos, los suyos, para imponer la vigilia, rechazar el sueño y empujarlo hasta la puerta, que se quede fuera de la cabaña, en la montaña, mientras gozas del momento deseado.
—Eres de verdad…
—Abrázame.
Si alguna vez creíste en la magia, el contacto de sus pechos contra el tuyo escribe un nuevo conjuro. Nunca viste ni sentiste paisaje más hermoso que el de esta mujer escalándote, coronando tu cima mientras de su cabeza brotaban mechones de fuego y noche, que bailan sobre ti con cada movimiento. Y a cada empuje, su piel se hace más tuya, sus valles y montañas encuentran los tuyos, las puertas abiertas se juntan en una. Si alguna vez deseaste que una noche de amor pudiera ser el principio de la más grande aventura, la montaña te lo está confirmando. Ruth es la mujer de la selva. Ahora lo entiendes. Es todas las mujeres, te extrae la esencia, todo tu ser, en el momento máximo. Está claro que de este coito surgirá una descendencia. No puede ser solo sexo. Lo piensas mientras, después, te abrazas de todas las maneras y acabas encontrando la postura, un cuatro encajado, en la que pasarás las siguientes horas intentando no dormirte, retener el calor y la felicidad del contacto. Los cuerpos laxos ya no se buscan, porque se han encontrado. Ahora sedimentan la pasión del intercambio. Ruth respira profundamente e imaginas que duerme. Tú no te atreves, no quieres que sea otro amor fallido o, peor, solo un sueño. Abrazado a ella, la oyes hablarte desde el centro de la habitación mientras te parece que se viste. La estrechas más fuerte, no, que no se vaya.
—Vence tu temor. Volveremos a vernos. Pero antes debes sacar adelante el fruto de nuestro encuentro. Es posible llegar a la tierra libre, es posible amar de verdad, reír sin cesar hasta el fin de los días. Somos guerreros, tenemos que creer en la victoria. Estás listo para la batalla.
Aún crees retenerla en tu camastro cuando la ves partir. La noche termina. Se adivina la claridad del nuevo día. El campesino entra poco después y te da los buenos días.
—Luego le bajo a la carretera, para que prosiga su viaje, amigo. Su mochila quedó en el restaurante.
***
A la salida del concierto, Raquel me pregunta si estoy bien. Ella está muy conmocionada.
—Después de América te vi como en un trance. Y me temo que yo también, porque cada tema de los antiguos me transportó a la juventud siempre imaginada de mis padres. Fíjate que mi madre me decía que cuando se acababan de conocer, ella llevó un día el disco de Puente sobre aguas turbulentas, de Simon y Garfunkel, que era lo máximo de entonces, a la playa, donde veraneaban, para enseñárselo a él y hablar sobre esa música. Imagínate: llevar un disco a la playa, solo porque sabes que allí vas a ver al chico que te gusta y todo arde alrededor.
Todo arde alrededor. Me quedo conmocionado por la casualidad imposible. Si Raquel es hija de aquel momento en la playa, todo puede ocurrir. Me contengo para no abrazarla mientras siento una fuerza enorme por dentro, capaz de llevarme a cualquier lugar, a combatir al servicio de Novella por liberar al músico y su troupe y a cuantos seres necesitados me ponga en la lista.
—El concierto ha sido también ha sido mágico para mí. No me lo esperaba. Un viaje a través de la belleza y la memoria. Cuánta emoción, cuánta gente evocada, cuánta vida vivida había en el pabellón. Y el artista lo sabía.
Raquel asiente en silencio y hunde su cuello en el abrigo para protegerse del frío, en un gesto infinitamente femenino. Caminamos ante las adolescentes que siguen acampadas a las puertas. Después del concierto, somos otros. Su pasión es la nuestra. Juntamos las dos, la suya incomprensible y la nuestra, sazonada de experiencia, y se las entregamos a la ciudad, para que siga viviendo y devolviéndonos espacios en los que buscarnos. A veces esos espacios son América. Sería el momento perfecto para un contacto con Novella. Pero claro, Novella ya se me ha manifestado en el pabellón. Aún me duele el paseo por la realidad, el frío de la noche, después de probar el calor indescriptible de Ruth en la montaña.
La presencia de Raquel me ayuda a aceptar la realidad y pienso en mi reciente encuentro con el músico, cuando me contó su historia de presente: alguien robó la canción que escribió hace tantos años, cuando pensaba que el amor duraría para siempre. Ahora, el tiempo se le escapa. Pero ha tenido un sueño erótico con la camarera del bar al que suele ir, que le recuerda a esa primera mujer, y dice que la inspiración, desde entonces, le abrasa, solo puede pensar en escribir su Obra: unas Canciones Urgentes, porque el tiempo le apremia, que el mundo debe conocer. Pero necesita hacerlo en libertad. No puede hacerlo aquí, donde muchos le persiguen. Alguien tiene que llevarlo hasta allí. Y le han dicho que el encargado soy yo, porque Ramiro ha desaparecido y su plan era muy complejo. Tengo que llevarlo yo. Pero ya no tengo miedo. Soy un guerrero. Y estoy inspirado, después de bajar de la montaña. Raquel me escruta antes de despedirnos en una esquina.
—¿Dónde está América? —pregunta, inmersa en su propia evocación.
—Lo voy a descubrir. Tengo que llevar a alguien allí.
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America: Canción y letra en este video de Youtube.