Nuestro reportero no suelta la pista de Ramiro y de su organización, «Novella». Ahora sigue tras sus pasos en la ciudad sueca de Malmoe, al otro lado del puente de Oresund, que la une con Copenhague. El nuevo mensaje en clave de Ramiro solo tiene una palabra: «ÓXIDO».

¡Vuelvo al Norte!
¡Vuelvo al norte! A mi revista le interesan los refugiados que acudieron a la Europa más social en busca de asilo hace una generación. Busco toda la documentación sobre Malmoe, la tercera ciudad de Suecia, como realidad de convivencia, con su variedad y sus tensiones trabajadas, mientras me regocijo pensando en que tengo la excusa perfecta para intentar localizar a Ramiro, como antiguo mugalari, cruzador de gentes perseguidas, e incluirlo en el reportaje sin levantar sospechas. Tendré que concertar con el editor el enfoque del reportaje, ahora que andamos tan despistados con los lectores:

Con tensiones no ignoradas…
¿Vendemos Malmoe como el perfecto crisol de orígenes, razas y religiones conviviendo bajo uno de los estados de bienestar más avanzados del mundo, o barremos hacia el populismo, guiñando a los nacionalismos que ven en esta ciudad el perfecto ejemplo del peligro, el polvorín que (supuestamente) ningún país quiere en su territorio? Para quienes consiguieron borrar las fronteras, Malmoe es un símbolo de la Suecia más avanzada, con tensiones no ignoradas, templadas por un estado fuerte. Sea como sea, tengo la excusa (y el billete barato) para volver al norte, aunque haya que aguantar algún que otro comentario en la redacción sobre la fotógrafa que contraté la última vez en Copenhague. Esta vez contaré con un fotógrafo palestino local (o sea, medio sueco) para circular con mayor comodidad por algunos barrios de la ciudad (y acallar los cotilleos).

El mismo de la serie que reportajeé hace un mes…
Apenas media hora después de que el editor me confirme que vuelo a Copenhague (una vez allí, cogeré un tren que me lleve hasta Malmoe, por el puente de Oresund, el mismo de la serie “El puente”, que reportajeé hace un mes), recibo un correo anónimo, cuyo asunto dice»Óxido», sin texto, pero con una foto adjunta del skyline de la ciudad con unas vigas oxidadas y desnudas en el primer plano. Inconfundible el único rascacielos, una torre de viviendas que parece girar hacia el cielo.

Leo la firma de Novella en la pared de grafitis
El mensaje no dice nada más, pero se adivinan grafitis en una pared gris próxima a las vigas oxidadas. Al agrandar la foto hasta el máximo leo, entre otras firmas, con bastante pixelación, la palabra Novella. Es la firma de la artista italiana afincada en Dinamarca, que seguramente se dio una vuelta por Malmoe a decorar ruinas post industriales. El mensaje es claro: Ramiro quiere contactar.
Durante tres días, Hassan (el fotógrafo) y yo, recorremos todos los barrios. Entrevisto a autoridades, a asociaciones culturales de varios signos, a profesionales sonrientes de tez morena introducidos por jefes de cara cansada y nombres de origen nórdico en espacios abiertos de oficinas.

Multiculturalidad en un país que se contorsiona sin romperse
Visitamos tiendas de barrio, cafés, en los que se deja sentir la multiculturalidad de un país que se contorsiona sin romperse. Después de cada entrevista, con la cabeza llena de contenido, me resulta imposible no desviar la mirada hacia la torre que se gira hacia el cielo y que se ve desde muchos puntos de la ciudad. Hassan me recuerda que es de un arquitecto español. Al tercer día, preocupado por la falta de contacto con Ramiro, le enseño la foto recibida, para ver si identifica el lugar desde donde se tomó.

Vigas vestidas del naranja de la roña
Son ruinas oxidadas. Llama la atención la forma de las vigas desnudas, vestidas solo del naranja de la roña, retorcidas, como si el emularan las contorsiones de la torre hacia el cielo, hacia las estrellas, aunque lo más probable es que el edificio que sostuvieron, simplemente, hubiera ardido, antes o después de ser abandonado. ¿Qué quiere decir Ramiro, que conoció los peligros de las líneas fronterizas? ¿Óxido como metáfora de lo que está ocurriendo en Europa, que ha perdido la ilusión de crear, de crecer, de buscar el cielo, estirando el cuerpo desde el lecho de los ideales, en donde retozaba, y que ahora envejece, y al hacerlo, se hace más conservadora, menos flexible, se cubre de roña, asoman de nuevo las fronteras? Desde las ruinas, la visión del torso estirado hacia las nubes me remueve. ¿Cómo trasladar esto al reportaje? He venido a Malmoe tras las huellas de Ramiro, Novella y la figura de ese tipo, el sujeto 323-B de los archivos de la Policía Normal, pero el reportaje me puede por momentos. Hassan me ve bloqueado.
— Sé exactamente desde dónde está hecha la foto. Te llevo.
Recorremos una vez más barrios de colores. Al menos, tengo ya material para el reportaje, pero sigo sin poder retirar la vista de la torre mientras los habitantes de varias razas nos contemplan al atravesar las calles en su Volvo destartalado. Pienso en Ramiro, en su cojera, en su acento vasco, me lo imagino rodando por prados húmedos perseguido por la Guardia Civil, con las piernas llenas de cicatrices de alambre de espino roñoso, oxidado, que curaron como pudieron, seguro que alguna vez un médico amigo le tuvo que poner la antitetánica. Él parece querer ponérmela en este momento de angustia y desorientación, una causa por la que pelear en un panorama que nos aplasta y paraliza entre exceso de información y de fragmentación, al que hemos llegado después de creer que descubrir el mundo de forma individual y solitaria frente a una pantalla era lo más molón. ¿A quién le estamos haciendo el trabajo?

Un periodismo para el alma
Yo mismo le he sugerido al editor varias veces que publiquemos en Internet una versión distinta a la impresa, que conecte con la emoción del lector desde la realidad multimedia. Por ejemplo, incluir en el reportaje enlaces con autores y obras que hayan retratado la sensación de parálisis, de óxido, que previamente ha sugerido Ramiro con su fotografía, y proponer un periodismo para el alma: texto, fotos y videos enmarcados en un contexto de obra artística. Sé que no me entiende y que bastante tiene con haberse dejado convencer de nuevo para enviarme a Suecia (¿qué te he dado por el norte, chico?). Pero necesito algo más, Ramiro. Si no, tendré que volver a los reportajes de sociedad y de concejalías.
Entramos en una zona de edificios industriales abandonados, a varios kilómetros del puerto. El Volvo se detiene ante una nave con grandes ventanales sin cristales. Estoy harto de ver escenarios así en películas de polis y narcotraficantes. Hassan me conduce hasta el muro en el que reconocí la firma de Novella entre muchos otros grafitis.

La torre al fondo, estirándose hacia el cielo
Con sus manos forma un rectángulo, como Truffaut en La Noche Americana, como los directores de cine cuando improvisan un visor para explicar lo que debe ver la cámara.
— Es desde aquí. La foto que me mostraste está sacada desde aquí.
Miro a través de sus manos. Las vigas desnudas, retorcidas, vestidas de naranja, la torre al fondo, estirándose hacia el cielo. Sí, es el lugar. La voz de Hassan se apodera del instante que he esperado desde que me planté en Malmoe.
— Somos más de los que crees.
Mi estupor provoca una sonrisa en Hassan. Saca su cámara y me indica que me ponga cómodo. Me siento en un muro bajo de ladrillo. Hace unas cuantas fotografías de su alrededor y me acerca la cámara. Espero ver instantáneas en la pantalla, pero en su lugar, Hassan reproduce un video que arranca con una panorámica desde las ruinas industriales en las que estamos y termina en un zoom a la torre espiral. Se escucha un sonido de pasos mientras el plano se abre para mostrar un hombre que llega cojeando ligeramente. Es Ramiro, sentado en el mismo lugar en el que estoy yo ahora. Veo y escucho y no soy consciente del trueno de fondo que se cuela en la escena.

La herida se infectó
— Antes de entrar en shock, el sujeto 323-B era un joven poeta que ofrecía sus brazos a las zarzas, que aspiraba a la felicidad con el corazón abierto. No fue consciente del alambre oxidado que acechaba desde el arbusto cuando entró, sin quererlo ni importarle, en una propiedad acotada una mañana de primavera. La herida se infectó, tuvieron que ingresarlo. Estuvo al borde de la muerte. Nunca más fue el mismo. Muchos años después, una poesía que él mismo escribió alertando del riesgo le ha despertado de su letargo y lo que está haciendo preocupa a mucha gente. Volver a ser poeta después de media vida es oficio de revolucionarios. Tenemos que sacarlo de aquí antes de que la Normal lo neutralice. Tú puedes ayudarnos.

La torre que busca el cielo
Ramiro hace una pausa, su torso se gira hacia el fondo de la escena, la torre que busca el cielo.
— Pronto nos veremos. Cuando tenga todo listo para cruzar a Juan M., el sujeto, te avisaremos para que estés allí. Mientras tanto, no preguntes mucho, porque te pondrías en peligro. Y sigue escribiendo para tu revista, para tus lectores. Escribe, escribe de Malmoe, del sueño de vida que nunca dejará de crecer hacia el cielo, de la gente que se resiste a entregar sin más todo lo que se ha conquistado en siglos de lucha colectiva contra la barbarie. Escribe de todo lo que te importe y lánzalo a los cuatro vientos desde lo alto de tu torre. Y ten cuidado con el óxido. No le hagas el trabajo a la Normal.
Se despide con una sonrisa amplia. Quiero imaginar que esconde un ataque de felicidad. Me pregunto si habrá avanzado con Ruth en este mes. La última vez le jorobé la velada romántica en Christiania. Es muy jodido enamorarse de la persona equivocada. A veces habla de ella como si no fuera real.

Los pisos más altos se balancean
Empieza a llover. Antes de irnos, paso la mano por una viga y el agua tiñe mis dedos de naranja. Hassan me entrega un lápiz de memoria y me devuelve al hotel. Mientras regresamos, con la torre siempre a la vista, aumenta la intensidad de la lluvia. Pienso que cada vez que acariciamos y somos correspondidos, cada vez que nos abrimos paso entre las zarzas en un precioso día de primavera, buscando el trozo de hierba en el que echarnos a mirar las nubes, las púas nos arañan, abren una herida, pero no nos importa; al soñar solos o en compañía, la torre crece un milímetro más hacia el cielo, un centímetro, se estira nuestro cuerpo contorsionado de amor. Encontramos allí la felicidad e intentamos volver otro día, seguramente muchos años después, cuando hayamos dejado de crecer, para reconstruir esa idea que se nos manifestó en el sueño de las nubes, quizá solos o en compañía de quien realmente sanó nuestras heridas, esas que parecían no importar pero que un día se infectaron y nos pararon en seco. Miro hacia el cielo. En la torre, azotada por el vendaval, los pisos más altos deben balancearse. Seguro que cruje la estructura, como se doblan los juncos de la ribera con la brisa del atardecer.Pero aguanta. Empiezo a entender por qué hay que salvar al sujeto 323-B. Sobre todo después de leer lo que hay en el lápiz de memoria que me pasa Hassan, con más textos de su libreta:
RUST NEVER SLEEPS
Subo la cuesta de Strand Road. Camino desde el cruce de Sutton, en Howth, Dublín. Es una tarde inconcreta de finales de agosto de 1975. Mis amigos y yo hemos decidido formar un grupo de música rock. A la vuelta del verano empezaremos. Con parte del dinero que me han dado mis padres para esas semanas en Irlanda, me compro en una tienda, junto al río Liffey, un amplificador pequeño que no cabe en la maleta y que tendré que serrar para luego volverlo a montar en Madrid. Así se empieza un grupo. La música llena de sueños mi cabeza cuando el fresco de la tarde mueve unas hojas de periódico en una papelera.

Gabriel abandona Genesis
Reconozco la cabecera: es el Melody Maker, una de las revistas musicales más importantes, que devoramos cuando cae en nuestras manos. La saco de su estado de desecho y me enfrento a su portada: Gabriel out of Genesis? Es todo un shock. Pero si hace unos meses han tocado en España, en el primer concierto de nuestra vida, un disco nuevo doble, difícil, que hemos recibido como la nueva palabra de Dios, la cima de su carrera. ¿Qué capitán abandona el barco cuando lo empujan los mejores vientos? Genesis es uno de nuestros grupos fundamentales. Canciones como Musical box o Supper’s ready, por no decir el disco anterior al completo, Selling England by the pound, son criptas en las que nos adentramos en busca de mensajes ocultos, seguros de ser adelantados en esta nueva religión.
¿Cómo va a irse Peter Gabriel de Genesis? ¿Y qué va a ser Genesis sin Peter Gabriel, si lo era casi todo en el grupo? La tarde refresca mientras sigo caminando strand arriba hasta encontrarme con mis amigos irlandeses. ¿Sabéis que Peter Gabriel se va de Genesis? ¿Ah, sí? Vaya. Y se fue. A finales de ese mismo año, Genesis sacó un nuevo disco, A trick of the tail, sin Gabriel, encumbrando a su nuevo vocalista, el batería Phil Collins, que también seguiría una carrera en solitario, sin llegar a abandonar Genesis.

Gabriel había dado a luz a un nuevo ser
Pero, ¿y Gabriel? Dos años después, en 1977, en plena explosión punk, sacaba su primer disco, absolutamente original, rompedor, único, cargado de Peter Gabriel hasta el tuétano y distinto, tan distinto, a Genesis. Se había regenerado, había dado a luz a un nuevo ser, llamado Peter Gabriel. A Genesis le quedaban apenas unos años de vida, en los que, muy a mi pesar, no sacaron nada original, más allá de atmósferas cargadas de nostalgia y, al fin, algún hit, como Follow you, follow me. Sin embargo, todavía hoy, casi 40 años después, hablamos de Peter Gabriel como solista, autor comprometido con su tiempo (Biko en directo te ponía los pelos de punta), explorador de nuevas corrientes musicales, mecenas de la música étnica, discreta estrella que guarda su vida privada. El capitán que buscó otros mares porque los que conocía se le quedaban pequeños. Y eso, después de haber liderado una de las bandas fundamentales del Rock de los 70, Genesis.
Un par de años después, a finales de 1979, Neil Young, lanzaba un rif inolvidable a la guitarra acústica: Hey, hey, my, my: rock and roll can never die. Nueva prédica a los fieles del rock, para que nadie se duerma. Por si acaso, como dirigida a él mismo, en la gira de ese LP, Rust never sleeps, ejecuta una versión eléctrica de la misma canción, que parece va a reventar los amplificadores. Que nadie se duerma, todos pendientes del enemigo, el óxido. El óxido.

Evitar la amenaza gris
Después de Comes a Time, el más íntimo álbum desde Harvest y cima de la educación sentimental del joven, venía el contrapuñetazo del artista que siempre se contorsionaba, se desmontaba y rearmaba entre cada disco, sin capitalizar la inercia. Rust never sleeps. Es mejor arder que oxidarse, decía la letra. La pregunta: ¿era posible ir más allá, no había otra opción que arder u oxidarse? ¿Realmente había que andar con tanto cuidado para evitar que la vida se convirtiera en la amenaza gris, como veíamos la edad adulta? Compré el disco una mañana de sábado de primavera de 1980, víspera de grandes mudanzas. Con la llegada del amor había llegado también el miedo a perderlo. Lo adquirí como antídoto contra el desamor, como protección contra la intemperie, como tantos remedios que vas añadiendo sin ser consciente, capas que te protegen pero reducen poco a poco la flexibilidad del junco salvaje. Quise vacunarme, agarrarme a lo único cierto hasta entonces: la música, Neil Young, la fuerza de esas guitarras distorsionadas, del rock: pase lo que pase, siempre quedará la música. Un buen día, ya felizmente instalado en la amenaza gris, sustituyes la caña, el bambú de la juventud, por una sólida estructura de hierro: el amor es fuerte, la vida va sola, tu frente no se nubla con facilidad, no era para tanto, qué miedos tan ridículos. Somos de hierro ahora, tú y yo, nuestros amigos, qué risa las noches que nos dimos, a las que sobrevivimos. Las heridas que nos hicimos en las piernas al buscar las moras en el zarzal sanaron sin apenas cicatrices.

Las heridas sanaron sin apenas cicatrices
Los cortes de las ausencias bruscas resultaron más difíciles de cerrar, pero después, con la tregua, dejamos de sufrir y levantamos la recia estructura de hierro que sostendría nuestra ciudad hasta la llegada de nuestros hijos, la ciudad que se levantaba gloriosa hacia el cielo, retándolo con cada torsión de nuestros cuerpos, no menos gloriosos en el goce de la vida adulta. Y entonces llegaron ellos, sentido de todo, prestándonos su infancia para tutelarla y que reviviéramos así la nuestra desde una posición única: como padres y como niños revisitados. Y les dimos todo, como tocaba, les paseamos por la ciudad, les enseñamos a jugar entre zarzas sin pincharse, por su bien. Nuestra ciudad ya no crecía, pero no nos importaba. Ahora ellos la poblaban.
Un día fuimos a la ciudad de nuestros amigos y nos pareció fea, descuidada. Al regresar a la nuestra no pudimos evitar compararlas. Qué bonita la nuestra, verdad, cómo la pueden tener así de dejada, la suya, cómo pueden vivir así, ¿no se darán cuenta? Con poco que hicieran aquí o allá. Y ellos también se han descuidado mucho. Están tremendos. Es como si se hubieran…oxidado.
La palabra nos enmudeció. Esa noche llovió mucho y entró agua en la habitación de los niños, que no eran tan niños. Al día siguiente, por separado y sin contárnoslo, nos pesamos en la balanza, recorrimos con nuestro índice las arrugas del rostro, asustados. Subí al tejado y comprobé los destrozos, los desconchados en la fachada, que estaban allí desde mucho antes de la tormenta. Bajé corriendo. Antes de cruzar ni una palabra, me encerré en mi despacho y deseé no haberlo guardado todos estos años. Lleno de polvo, en un armario, superviviente de diez mudanzas, estaba el disco de Neil Young, el que utilicé como comodín contra el desamor una mañana de primavera. Rust never sleeps, el óxido nunca duerme. Quise salir a proclamarlo, a dar el aviso, llamar a mis amigos, pero ella me lo impidió. ¿Estás loco? Esto solo lo puede ver uno mismo. Y hacerle frente, gritar al cielo, estirar los brazos, cerrar los ojos. El óxido. ¿A quién le importa?

El óxido nunca duerme
***
No os podéis perder Hey, hey, my, my, de Neil Young, en acústico o en eléctrico.
Ni podéis perderos cualquier versión de Biko, aunque sea antigua, de Peter Gabriel. Sudáfrica no liberó a Mandela hasa 1990. Pero os propongo el tema Solsbury Hill, con la portada del primer disco.
Peter Gabriel y Sting van a dar una gira juntos este año, intercambiándose canciones en el escenario.
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