“Aún vivía Franco…” Cuántas veces he comenzado así el relato de aquel concierto mágico, el de “La cochambre”, el de las 15 horas en la plaza de toros de Burgos, aquel 5 de julio de 1975, en que se activó para siempre mi sensor de nostalgia.

En las gradas de la plaza aún estamos descubriendo en qué consiste esto
El concierto empezaba a las 12 del mediodía. Bajo el sol casi vertical de primera hora de la tarde de verano, entra en escena un joven de pelo rizado y gafitas redondas, que se sienta en primer plano para tocar la guitarra acústica. En las gradas de la plaza aún estamos descubriendo en qué consiste esto, que los más enterados de al lado comparan con Woodstock.
Qué lástima que suene tan bajo. No se entiende nada de lo que canta. Le acompañan un piano eléctrico que suena a chicle, un bajo que solo retumba, un saxo que desgrana escalas por libre, todo ello un pegote sonoro indescifrable, inexplicable ante el despliegue de pantallas y altavoces del que será el primer megaconcierto de Rock celebrado en España.
—Se llama Hilario Camacho, me dice Julián, mi mejor amigo, mi compañero de cole desde párvulos y guía musical, siempre mucho más enterado que yo de todo. —Tiene canciones muy buenas. A ti te va a gustar.

Aún felices e indocumentados, con 16 años, de repente nos habíamos integrado en un colectivo sospechoso
Aún felices e indocumentados, con 16 años recién cumplidos, los tres adolescentes en excursión iniciática habíamos conseguido dormir en una pensión el día anterior gracias a que a uno de nosotros se le ocurrió coger el pasaporte antes de salir de casa. De repente, nos habíamos integrado en un colectivo sospechoso:
La «cochambre”, como llamaron en el periódico local a la invasión de jóvenes melenudos que tomó por un día la ciudad, y que nos dio el sentido infantil y mágico de pertenencia a algo prohibido, pese a nuestro pelo corto, pese al bigotillo de adolescente, compartiendo la libertad que vendría con los que ya habían rebasado la línea de la independencia de sus padres. Así éramos, que nadie se avergüence. Nada comparable a los festivales de ahora.
Pero la voz potente de Hilario también viaja por libre, desgajada. Se adivina que está cantando algo nuevo, distinto, aunque no hay manera de entender lo que dice. El joven, que entonces apenas tiene una decena de años más que nosotros, rasga con fuerza su guitarra acústica. Aún es pronto, apenas la segunda o tercera hora del concierto, y se nota la falta de ritual.

Nos entregamos a sentir, más que escuchar, el megaconcierto: las gradas, los jóvenes descamisados, los pelos largos, las chicas en sujetador
Sin posibilidad de oír bien la música, nos entregamos a sentir, más que escuchar, el megaconcierto: las gradas, los jóvenes descamisados, los pelos largos, las chicas en sujetador, una sensación desconocida y salvaje de libertad total, lejos de casa. Según avance el día, el sonido irá mejorando y conoceremos a grupos como la Compañía Eléctrica Dharma, Iceberg, Granada, Triana, y un trío de Vigo, Eva Rock, que rompe la pana en el escenario.
Pero los que han ido al principio, entre ellos el joven Hilario Camacho, no han podido expresarse bien. Por eso pasará tiempo antes de conocer las canciones, las letras, las melodías del joven de pelo rizado y gafas redondas. Recogeremos su semilla desde sus discos de estudio bastante tiempo después, arrebatados por su sensibilidad al servicio de un nuevo tipo de música, a caballo entre el rock y los cantautores protesta: Los cuatro luceros, Cuerpo de ola, Volar es para pájaros…En sus letras algunos versos nos deslumbran:
“Ella es mujer fuente, ella es mujer árbol, manantial”…. Uno de ellos se cuela en el corazón hasta el fondo: “Desesperadamente, busco un algo, qué sé yo qué, misterioso,…” Cuántos días, cuántas tardes, cuántas noches de crecimiento, en la alborada de los veinte años, intentando comprender si era normal sentirse así, si otros habían pasado por ello, si necesitaban preguntarse cosas, cantarlas, gritarlas, sintiendo, idealizando, no concibiendo una vida sin amor, sin la chica de tus sueños, sin ese algo misterioso que, desesperadamente, buscábamos en nuestro vagar.

Intimidados por las bravuconerías de los otros jóvenes de más edad, enardecidos por la libertad salvaje
Después del concierto, serían horas largas hasta el amanecer, agotados, ateridos, intimidados por las bravuconerías de los otros jóvenes de más edad, enardecidos por la libertad salvaje que acabábamos de experimentar, mucho más sueltos, más osados, más desafiantes que los tres dieciseisañeros indocumentados y felices. Con el cuerpo conmocionado aún por las 15 horas de rock, luchaba por asimilar la experiencia y sobrellevar la primera noche a la intemperie. Era la primera salida fuera del círculo de seguridad e influencia de los padres.

Cuántas “primeras veces” se daban esa noche, ese día. Faltaba por conocer otra sensación: la de no dormir
Y en el viaje de vuelta, rotos, derrengados, haciendo tiempo desde las 3 de la mañana, en los andenes de la estación de Burgos, con un frío horroroso. Apenas un rato antes, en la misma noche, los bomberos habían irrumpido, protegidos por la policía, para apagar las hogueras encendidas en la arena y algunas gradas para combatir el intenso frío en la plaza de toros. Cuántas “primeras veces” se daban esa noche, ese día. Faltaba por conocer otra sensación: la de no dormir. También aquella noche fue la primera. Qué largas fueron las horas. Hubo que esperar hasta mediodía para coger un autobús, de regreso a casa, sentado en la primera fila de asientos, el sol de lleno en la cara, los tumbos de la carretera, las cabezadas y la desagradable sensación de despertar a cada bote.
Al llegar de vuelta a Madrid, el vacío después de la experiencia lo poseía todo: el mal cuerpo, la extrañeza de volver a ver a mis padres, a mi madre. Contar que todo había ido bien pero que estaba muy cansado. Aún era pronto para comprender que ese largo día de rock, esas canciones tan llenas de poesía y a la vez música progresiva, que no se parecían a las canciones protesta tradicionales, me habían cautivado. Me apunto, sí, me apunto.
Pero de todos esos nombres, cuarenta años después, si evoco aquel despertar solo pienso en Hilario. De hecho, de todo aquel cartel, cuarenta años después, solo escucho los discos de Hilario Camacho. Ahora, cuando se cumplen también 9 años de su desgraciada y prematura marcha, su final de viaje, pienso en los caminos recorridos, en el pistoletazo de salida que fue ese concierto. Hilario encendió al menos una llama, que sigue viva, en aquel Burgos de 1975. Ése fue su triunfo en silencio: el pésimo sonido dispersó por el aire versos sueltos, versos a medias, que hallaron destinatarios como yo. Aquel día de vivir el concierto y no escuchar la música, una de las frases sueltas que llegó nítida en un soplo de aire desde el escenario, (o eso me dice el recuerdo,que cada vez está más creativo), me conquistó:
“Corre, se nos escapa esa nube” de la canción «Princesa de cera». Ese verso me maravilló: las nubes se nos escapan. Es cierto. Lo entendía. Quería gritarlo. Luego lo reconstruí con exactitud gracias a las letras del disco. Desde entonces, sigo persiguiendo nubes. Ese verso aceleró mi educación sentimental e inspiró el momento clave de la novela Las Nubes, que con tanto ardor compuse mucho después.
Las nubes, cuántas veces habremos mirado para ellas, H.C. y C.H., sintiendo que se nos escapan, testigo de nuestro paso, espejo de nuestros cambios, allá arriba.
Hace cuarenta años, un joven regresó a casa tocado de vida en esos ojos que las madres leen tan bien. El concierto estuvo muy bien, mamá, muy bien. Ni lo imaginas.Pero estoy muy cansado.
En recuerdo de Hilario Camacho.
Y releído me gusta más todavía
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Gracias, Toya. Al recordar, filtramos. Para mí, Burgos ’75 es Hilario Camacho. Hoy se nos fue, hace 9 años..
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Precioso texto y maravilloso recuerdo el tuyo de nuestro admirado Hilario. He de decirte que escrito rezuma poesía querido. Enhorabuena
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Muchísimas gracias, Javier. Hilario fue un referente en un momento clave. El Blog de las Nubes (y una novela que escribí llamada Las Nubes) son consecuencia directa, tantos años después, de ese afán de cazar nubes (es la camiseta que se ve en la foto del Facebook) que me transmitió Muchas gracias por tu apoyo. Le debemos mucho a Hilario en nuestra educación sentimental.
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