VESTIDA DE MARRÓN

Un pedazo de tela teñido de marrón oscuro: extraño color para un vestido de verano de mujer. Aquel cubría con extraña perfección a la hermosa modelo del escaparate. Desde el otro lado del cristal, su trabajo era detener al viandante primero, luego ofrecerle una conversación sin palabras que podía llegar hasta donde este quisiera. Insinuar, quizá, que el dueño era un esclavista, posiblemente un abusador, despertar compasión primero y luego la indignación que precedería a los planes para liberarla. Así le había ocurrido al paseante, que se había preguntado varias veces al pasear por la mañana, remiso al enclaustramiento al salir de su turno de noche, qué había en aquella calle que tanto le atraía. Sí, era una sucesión de escaparates en el centro de la ciudad, un centro con plaza mayor, palacios próximos, sede pontificia.

Una sucesión de escaparates en el centro de la ciudad, con olor a churros y a librería de viejo

Y olor a churros y a calamares fritos y a librería de viejo.  Pero él prefería siempre ese camino de vuelta a casa, despreciando una estación de metro que lo habría acercado más rápido al sueño reparador y merecido, y difícil, en la mañana. Todos los días, en ese trecho, cruzaba miradas con ellas sin otro particular. Igual que olía los churros o se paraba en la tienda de viejo sin comprar nada. Esto se lo había prohibido su novia, con la que convivía hace años.

            —No nos caben ya.

Aquel día no había coqueteado en su trayecto a casa con las demás modelos de la calle, calcos de aquella que le observaba, enfundada en un vestido marrón de verano. Se plantó ante ella, con la confianza que da la costumbre y, por primera vez, le interesó de verdad el vestido que llevaba y no su mirada, que siempre lo invitó a la aventura. Qué extraño color para el verano. Pero el corte, el escote, el lazo que cerraba ambas solapas cruzadas sobre la cintura, captaron su atención como nunca antes. Se imaginó a su novia, tan distinta a la modelo, vestida de marrón, acercándose a él de frente, cualquier día del siguiente verano, en la ciudad, su hermosa cabellera negra y sus ojos marrones, su cuerpo siempre abierto a todo lo que llegaba de él. Nada parecido a la belleza rectilínea de la maniquí, quien, sin embargo, leyó su mente y le animó a hacerlo.

Era la suya una belleza imposible, pero no inhumana.

—Vamos. No te preocupes por las empleadas. Llamarán al encargado, como mucho.

Era la suya una belleza imposible, pero no inhumana. Su pelo corto rubio, los ojos azules, la nariz respingona, una boca que podría besar, aunque fuera incapaz de comer, y que no hablaba con cualquiera. Y le llamaba a él.

            —Mañana es su cumpleaños. Y nos encanta que nos regalen ropa. Yo creo que esta es su talla. Ven y prueba.

Le costó arrancarse. La tienda estaba casi vacía. Las dos empleadas, al fondo. Una clienta se probaba una chaqueta. Fue todo muy rápido. Entró y se encaramó a la plataforma del escaparate, ciñó con suavidad a la maniquí de la cintura con la mano izquierda y con la derecha soltó el lazo. Le pareció que el muñeco temblaba, como él, mientras colaba sus dedos bajo la tela, sin tocarla a ella, solo para comprobar la reacción del tejido al liberarse del lazo. Entonces, tiró con suavidad de las breves mangas hasta desnudarla, protegiéndola de la mirada de la calle con su cuerpo primero y luego con su propio abrigo.

            —Por favor, ¿podrían pasarme una sábana, algo para cubrirla?

Lo pagó en caja, a donde ya había acudido la encargada, sin atreverse a reprochar nada. Al día siguiente, su novia se probó el regalo antes de la cena de cumpleaños. Cuando la ciñó por la cintura y tiró del lazo, sus dedos separaron con suavidad el tejido, viejo aliado desde el escaparate, antes de estrechar la piel desnuda.

—Felicidades, mi amor.

Felicidades, mi amor

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Seguramente fue «Lloviendo en la ciudad» , del primer disco de Nacha Pop, la canción que primero me llegó de ellos y que anunciaba un estilo propio en el comienzo de la Movida. Comenzaba con el verso «Vestida de marrón/ ibas a clase sin protestar». Una vez que nos ha conquistado, el verso se manifiesta cada vez que quiere, con resultados asombrosos.

Un comentario en “VESTIDA DE MARRÓN

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