
Les choca que no haya estado nunca en Nueva York
A mucha gente le choca cuando les digo que no he estado nunca en Nueva York. Creen que soy un periodista capaz de entenderse en varios idiomas, siempre al filo de la actualidad internacional (aunque ahora ya solo usemos el inglés, la denominemos “actualidad global” y publique en una revista “diferente”). Mis interlocutores me tienen por un soldado más en el engranaje para crear un relato atlántico de la vida y se extrañan de que no haya peregrinado nunca a la capital del mundo occidental, con la de vuelos baratos (¿seguro?) que hay. Conozco personas que han ido más de cinco veces. ¡Solo los pardillos se quedan en España de vacaciones! Pues soy uno de ellos y no me gusta que los listos desprecien a los pardillos.

La última reunión era sobre startups
Así que, quizá por eso, últimamente saco a pasear cuanto puedo mi aldeanismo global, como pequeña revancha, después de interesantes reuniones en las que jóvenes profesionales de los medios (que no periodistas) disparan anglicismos y términos directamente en inglés, como si no fuera posible ya hilvanar toda una conversación en castellano. La última era sobre start-ups (léase estártaps). Me interesaba mucho, por lo que ahora os contaré, pero la ristra de palabras en inglés y la forma en que las colaban, en mitad de las frases en español, me fastidia así que, además de conseguir la información que me hacía falta, contraataqué directo al estómago:
—La idea nace dentro del capitalismo y su ideario es crecer de forma salvaje e implantarse en nuestras vidas, que no volverán a ser iguales. Seguiremos consumiendo cosas que no necesitamos provenientes de la economía colaborativa. Yo no he estado nunca en Nueva York pero no me hace falta para saber que esta nueva revolución nace en garajes made in USA.
—¿En serio? ¿De verdad que nunca has estado en Nueva York?

¡No ha estado nunca en Nueva York!
Estoy convencido de que más de uno lo sube a Facebook (en su día también fue una startup. Ahora es Gran Hermano) en cuanto me pierden de vista. Alguno me ha llegado a pedir una selfie con él. Y ya se sabe que lo que pasa en un móvil no se queda en el móvil.
— Este tipo no ha estado NUNCA en Nueva York – Oh, my god! – Y se alejan sacando el móvil con vicio y oficio, buscando al vuelo en el teclado virtual las letras OMG.
Me interesaba mucho hablar de startups porque, al día siguiente de la publicación del reportaje sobre Malmoe, me llegó a la redacción por mensajería urgente una carta fechada en Cupertino, California, con un membrete muy moderno: un logo consistente en cuatro trazos que sugieren un hombre en actitud alerta. En su interior encontré una invitación escrita en un español correctísimo, junto a un billete de avión a San Francisco, vía Nueva York: había sido elegido, junto con una veintena de medios de todo el mundo, para cubrir la inauguración de la nueva sede de una de las startups más exitosas de Silicon Valley, Wills, propiedad del magnate Peter Kink, originario de Nueva York, cuya fortuna se ha multiplicado ingeniando negocios vinculados al consumo digital.

La invitación venía a mi nombre y estaba pagada por Wills
La invitación venía a mi nombre e indicaba que todos los gastos de estancia serían cubiertos por Wills. En la sede, como homenaje a su lugar de origen, Kink ha hecho construir un Central Park a escala, con sorpresa incluida: lo ha llamado Central Park Txiki (léase Chiqui), pues al parecer su madre era de origen vasco. La escala en Nueva York permite hacer una parada a la vuelta, algo que sugiere muy discretamente la invitación: “siempre es tiempo de visitar Nueva York”. El billete es de los caros. La empresa Wills vende servicios que se me antojan futuristas, basados en deseos no realizados: ofrece influir en el entorno para que algo deseado ocurra. Me imagino que será a base de Realidad Virtual, que es lo que se empieza a conocer en los círculos que medio hablan en inglés como Vi-Ar o “VR”. En cualquier caso, la visita a Cupertino, a las afueras de San Francisco, aportará los detalles para hacer un buen reportaje. El editor no las tiene todas consigo cuando le describo la invitación.
— ¿Por qué te han invitado?
— ¿Por qué me han invitado?
— Sí, ¿por qué a ti? Si apenas llevas unos meses con nosotros y te estás convirtiendo en nuestro reportero más viajero. Es como que llamas a la noticia y ella te pone un billete. No sé… No queremos publirreportajes. Somos periodistas.

Un reportaje sobre esos jóvenes exitosos que influyen en nuestras vidas
— No, jefe. Mi reportaje va a ser sobre el inmenso poder de esa comunidad de jovencitos exitosos que influye en nuestras vidas desde un pueblo cuyo nombre suena a cuñado italiano y que debe tener más millonarios por metro cuadrado que Beverly Hills.
— ¿Y qué sabes de ese tal Peter Kink? —el editor aún recela.
— Pues que ha conseguido cerrar varios medios de comunicación locales por criticarle. Creo que merece la pena saber qué tiene que contarnos. Me han garantizado una breve entrevista con él. Y nosotros tenemos que vender, ¿se acuerda?
He ganado. Una vez más, me pongo en marcha sin saber si cabalgo la ola, como buen surfista, o ella me empuja y me revuelca junto a la orilla. Otra vez el oficio del periodismo.

Toddo Silicon Valley está basado en la disrupción
Me documento a fondo sobre startups: compañías de nueva creación con grandes posibilidades de crecimiento, normalmente con sede en Silicon Valley, en California, relacionadas con las nuevas tecnologías de la información. Son empresas que nacen de una idea rompedora, consiguen capital de riesgo y lo petan (solo llegamos a conocer las que lo petan, claro). Todo Silicon Valley está basado en la “disrupción”, palabra que mis jóvenes colegas utilizan continuamente con luz en sus ojos.
Del latín, disrumpere: ruptura o interrupción brusca. O sea, como las revoluciones, como el rock and roll. Eso es lo que está ocurriendo mientras, alegremente, aliviamos nuestras soledades con amigos dispersos por el mundo en las redes sociales.

Jovencitos garajeros idean unos conceptos rompedores
Intento llegar al núcleo de la cuestión: jovencitos garajeros idean unos conceptos rompedores (“disruptores”), los combinan con unos algoritmos endemoniados y con una actitud aprendida en sociedades donde el mercado ha estado siempre por encima de cualquier otra consideración y lo presentan a unos inversores. Si les va bien, venden la compañía en un par de años y se instalan en Silicon Valley, en la bahía de San Francisco.

Un milmillonario que juega a diseñar un mundo
Y algunos empiezan a comprobar que, realmente, su invención está transformando el mundo. Sería el caso de Peter Kink, que ahora es milmillonario y juega a diseñar un mundo y a proponer experimentos sociológicos como estudiar el efecto de una renta básica en una comunidad acotada, durante cinco años, para ver qué hacen con sus vidas si reciben lo justo para vivir “sin ataduras”.
Me entra el nerviosismo cuando pienso que voy a volver a San Francisco. Porque allí sí he estado. A San Francisco llegué en otra etapa de mi vida, antes de saber que me haría periodista, antes de conocer los mecanismos elementales del funcionamiento de las cosas, del poder. No suelo compartir detalles de aquella época. Se lo mencioné a Ramiro, en aquel único encuentro tranquilo que tuvimos en Sevilla, bajo las palmeras del lado de allá, en aquella conversación que fue mucho más que una entrevista. Ahora, después de un período oscuro, he vuelto a publicar e investigar. Y empiezo a tener lectores. Lo ha reconocido, al fin, mi editor, después de achucharme para que le entregara el reportaje sobre inmigración en Malmoe. Gracias a la edición digital (mantenemos la de papel – ayuda a sentir que existimos), recibimos comentarios de todo el mundo. Ecuador, Argentina, Chile, Colombia, Brasil, Indonesia, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Rusia, Italia. El reportaje sobre la inmigración en Malmoe ha sido el más leído hasta la fecha. Ha despertado interés en lugares tan dispares como Guayaquil (Ecuador), Misiones (Argentina) o San Francisco. El texto del reportaje se me enredó un poco al final, pues mientras lo escribía mi mente giraba y giraba hacia el cielo como la torre espiral de Malmoe, en busca de respuestas.

Ramiro y Ruth: tan lejos, tan cerca
Me sentía a la vez más cerca y más lejos de Ramiro, de Novella, del individuo 323-B (y también, por qué negarlo, de Ruth, la mujer de la que Ramiro está enamorado), de la trama que muestra indicios de una agencia, la Normal, que espía a individuos con algo peligroso que revelar al resto de sus conciudadanos. (Y qué cosas tan raras ocurrieron en el concierto de Neil Young. Pensaba que iba a poder entrevistar de nuevo a Ramiro y ver a Ruth, pero no fue así, aunque lo que vi me dejó atónito).
Durante la escala en Newark pienso en el billete abierto de clase business que han puesto en mis manos y la posibilidad de hacer escala en Nueva York a la vuelta y conocerlo de una vez por todas. Es toda una gentileza, es como si supieran las ganas que tengo de ir. Debe ser muy distinto a San Francisco, en donde aterrizo avanzada la tarde de un día que ya no sé ni cuándo empezó. Me espera una joven pelirroja con un cartel con mi nombre.
Nos subimos a un Toyota Prius híbrido. Mientras conduce conmigo sentado a su lado camino del hotel, me explica que este servicio lo está proporcionando Uber, la empresa líder en transporte colaborativo. Ella trabaja en el aeropuerto y el hotel queda muy cerca de su casa: así se aprovecha el viaje y ella se saca un dinerito extra. Igual servicio reciben los demás periodistas invitados según van llegando, me cuenta. Conduce descalza, lo que me produce una sensación extraña. “Esto es América”, pienso mientras miro con disimulo a sus pies de uñas pintadas de rosa.

Esto es América
— Sí, esto es América —contesta a mi pensamiento, aunque luego me doy cuenta de que me ha descubierto mirando hacia ellos—. La tierra de la oportunidad. Todos mis amigos conducen para Uber. Nos sacamos un sobresueldo y contribuimos a la economía colaborativa. Es genial.
— ¿Y los taxis?
— ¿Qué? Los taxis polucionan más con su ir y venir sin cesar, circulando muchas veces de vacío. Uber contribuye a racionalizar el consumo de combustible y la contaminación. Tenían que haberla inventado antes. Al diablo con los taxis. Los conductores son unos gruñones.
Intento imaginarme a un armenio de mediana edad conduciendo descalzo por esas calles y autopistas de California. Me quedo con las uñas pintadas de rosa, sus pecas, su Uber. Lo que ella me diga. Aunque sea un espejismo, otro más, que termina cuando me deposita en el hotel.
—Yo vivo a diez manzanas de aquí. ¿No es perfecto?

Me niego el permiso para tanta voluptuosidad
Perfecta eres tú, pienso mientras muevo la cabeza de lado a lado, negándome el permiso para tanta voluptuosidad. El jetlag se encarga de ponerme en mi sitio, despertándome a las 4 de la mañana en mitad de un sueño en que el coche híbrido sacaba unas aspas y despegaba en medio de un atasco. Y la piloto era pelirroja y conducía descalza, pero daba miedo, no sé por qué.
Por la mañana, coincido en la entrada del hotel con los otros periodistas invitados. Tres furgonetas a la americana, o sea, descomunales, nos acogen. Por delante y por detrás del convoy, a modo de escolta, dos Toyotas Prius rojos aportan el toque desenfadado. En el interior de cada uno de ellos, van dos personas. Me fijo bien en los conductores, que son chicas jóvenes, desenvueltas, de aspecto informal, como si fueran estudiantes haciendo horas para Uber. Les acompañan tipos de aspecto también desenfadado, rubios, sonrientes, grandotes. ¿Cómo serán éstos cuando se enfaden, o cuando les manden un trabajo…físico?

Creen que el queso les ayuda a ser muy felices
Me resulta inevitable arrancar una conversación con el periodista francés que me ha tocado al lado. Así practico mi francés de colegio. Se llama Pierre y es de un medio de provincias, del norte pobre, la Picardie. También le extraña la invitación. Le han dado un vuelo directo París-San Francisco, sin escalas. Más cómodo. La conversación en francés no puede evitar el tema: por qué estamos allí. Se va a perder el día grande de la Feria de Quesos de Pointville (su diario es el Journal Pointvillier). Ha estado a punto de cederle el puesto a un compañero, porque a su novia le ha parecido fatal. Al parecer, los dos comparten la creencia de que el queso tiene propiedades que les ayudan a ser felices, muy felices. Y siempre van juntos, una vez al año, a la Feria del Queso de la Bonheur, en la ciudad de Abbeville, cerca de Pointville. Je comprends, je comprends. Cierro los ojos mientras le escucho y caigo en duermevela. En mi sueño, su voz es tan monótona que se funde con el zumbido del Prius de la pelirroja, al que le brotan unas aspas de la capota y se eleva sobre el atasco.

Una corte de jovencitos, chicos y chicas, nos acoge
Menos mal que llegamos pronto y una corte de jovencitos, chicos y chicas, nos acoge al llegar a la entrada principal de un edificio bajo, de cuatro plantas, de forma circular, cuyas curvas hacen que sus líneas se pierdan tras los árboles frondosos de un paseo. Un joven acompañante por cada dos periodistas. La visita se convierte en un ejercicio deslumbrante: el atrio principal, con jardines colgantes de tres plantas de altura, las plantas conectadas por pasarelas, los ascensores de cristal que parecen cápsulas del espacio y del tiempo, hasta la ropa informal variada que llevan todos parece parte solidaria de una unidad implacable. Nos han invitado a hablar de esto. Wills, deseos. ¿Cómo encaja esto en la economía colaborativa de las startups?

La visita se convierte en un ejercicio deslumbrante
De la visita guiada pasamos a experiencias personalizadas. Uno a uno, nos asignan una persona del sexo opuesto que nos habla en nuestro idioma natal. Veo a Pierre, acompañado por una chica morena, de ojos azules y labios rojos muy pintados, con vaqueros ceñidos y una camisa blanca que le cuelga por fuera. Dudo mucho que su novia la del queso pueda superar en atractivo sexual a esa chica. Antes de retirarse hacia un pasillo, la escucho hablar en un francés musical, preguntándole por su deseo más recurrente y observo que asoma desde una pequeña mochila un envoltorio en el que se lee la palabra “fromage”. La experiencia de VR de Pierre va a ser atómica. Lo mismo ocurre con cada uno de mis colegas, que se alejan con su par bajo la mirada disimulada de un grupo de personas apostadas en una balconada de la cuarta planta sobre el atrio, entre los jardines colgantes. ¿Qué me habrá preparado mi acompañante de pelo color paja, ojos verdes y camisa a cuadros? Se parece a la chica Uber que me recogió del aeropuerto. Creo que podría ser incluso hermana suya.
—Vd. viene por aquí —me llama la atención el mal uso (¿o no?) del verbo “viene” en lugar de “venga”.

Central Park Txiki: un a réplica monumental a escala 1:10
Me guía hacia un pasillo que conduce a otra ala del edificio. Subimos en uno de los ascensores cápsula hasta el cuarto y último piso. Me introduce en una sala amplia, con vistas al interior del complejo, a la réplica idéntica en escala reducida de Central Park. O sea estamos ante Central Park Txiki, la estrella de esta inauguración, un parque monumental a escala 1:10 del real (80 x 400 metros). Trato de cotillearle la mochila, para saber qué elemento externo clave va a inducir mi experiencia Virtual Reality. Me parece ver asomar una bola amorfa de algodón blanco. Amasada con las manos, podría convertirse en una nube de juguete.

Ahora relájese sobre ese diván y póngase las gafas de VR.
—Ahora va a poder experimentar algo con lo que lleva soñando. Vd. está en Central Park y está a punto de ocurrir algo crucial para su vida.
—Pero yo nunca he estado en Nueva York.
—Vd. ha estado en Central Park. Y lo sabe —su tono no admite réplica. Luego suaviza el gesto y sonríe—. Ahora, relájese sobre ese diván y póngase estas gafas de VR. Cuando esté ya instalado en esa realidad, sentirá que tiene a su disposición todo lo que necesita.
Miro a mi interlocutora de arriba a abajo: algo empieza a bullir en mí. Sus pies están descalzos, como los de su ¿hermana?, pero sus uñas están pintadas de rojo. Acepto el reto. Miro por última vez a través de la cristalera hacia Central Park Txiki y me coloco las gafas con auriculares, como un casco de ciclista. Es como con la anestesia. Empiezo el conteo desde cinco para abajo y estoy en Central Park, escuchando el sonido de fondo del tráfico, de los viandantes y una risa maravillosa que surge de mi regazo, sobre el que se apoya una cabeza de pelo rizado revuelto de color rojizo.

Estiro los brazos al cielo y alzo el vuelo
—Atrápame esa nube, quiero palparla, saber de qué está hecha.
Siento como que hemos estado correteando descalzos por la hierba. Estiro los brazos hacia el cielo y alzo el vuelo. Yo también quiero comprobar de qué se componen las nubes. Llego hasta ella y la agarro con cuidado, con dulzura casi, temeroso de cambiar la Historia con mi acto. Pero merece la pena arriesgarse si es para entregársela a mi amada, como otros amantes intercambian anillos en el momento del amor supremo. Hay risa, aire, pelo al viento. La realidad virtual de Wills me ha dejado noqueado. Sí que he estado antes en Central Park. Y era inmensamente feliz. Tanto, que creo que podría inmortalizar ese momento en forma de canción. Así imaginaría, al menos, una auténtica canción de amor: vinculada a un momento de máxima ilusión y compromiso, como en las bodas cuando se hacen los votos. Ese momento perseguido en sueños se ha hecho realidad.
En el momento de callar la risa de mi acompañante con un beso me he sacudido, asustado. Me he quitado de golpe el casco de VR esperando que la pelirroja estuviera allí, entre mis brazos. Pero ella me contempla con cara profesional desde una silla, a dos metros de mí. Todo lo que haya pasado ha debido quedar registrado en la memoria del casco de VR. Tienen lo que querían, sea lo que sea. Mi cara de recién aterrizado desde otra galaxia debe ser un poema. Ella retoma la iniciativa.

Puede hacer una parada en Nueva York en el viaje de vuelta
—Formidable, ¿verdad? Ahora nos espera el señor Kink. Vd. tiene una entrevista individual con él. Los otros periodistas tendrán que compartir una conversación común. Y ya sabe: si quiere, puede hacer una parada en Nueva York en su viaje de vuelta. Central Park tiene siempre un color y unas nubes preciosas en esta época del año.
Kink me recibe en un despacho enorme con un ventanal gigante que da a la parte del estanque The Lake de Central Park Txiki.

Sí, aquí rodaron La Semilla del Diablo y mataron a John Lennon
—Es como si estuviéramos en el edificio Dakota —comenta al estrechar mi mano, encantado por lo impresionado que parezco por todo. Sí, ya sé lo que piensa: aquí rodaron La Semilla del Diablo y asesinaron a John Lennon. Pero yo busco vida desde este despacho, no muerte. Por eso le he convocado. Creo que nos podemos ayudar mutuamente.
Francamente, no tengo ni idea de lo que me está hablando.
—Vd. está investigando para su revista (que ya sé que tiene dificultades económicas) a una organización llamada Novella que cruza personas en peligro de ser neutralizadas por la policía Normal (sí, yo también conozco de su existencia). Esa tal Ruth y el viejo Ramiro están haciendo lo posible por extraer a un grupo de personas de su escondite y ponerlas a salvo de la Normal. Yo, como todos los jóvenes emprendedores de Silicon Valley…—le miro bien: él no es tan joven. Se lo noto precisamente porque intenta camuflarlo a toda costa: su camisa floreada, su pelito largo liso, sus ojitos azules, sus labios retocados. Pero la piel de sus brazos morenos está cuarteada por la edad, no por el sol. Estoy ante un vampiro que chupa la vida a los demás—, queremos construir un mundo mejor y abominamos del Gobierno, como puede imaginar, esas regulaciones trasnochadas que impiden la acción libre de los empresarios. ¿Se da cuenta de lo que podríamos hacer si unimos todas nuestras fuerzas, si el mundo rompe de una vez con todos los intermediarios que nos sacan los ojos?
¿Por qué quiere este tipo salvar a Juan M. y a toda la ristra de personas o personajes que le acompañan, perseguidos por la Normal? ¿Dónde les va a procurar una nueva vida que sea mejor que el lugar donde Novella los quiere trasladar?

Wills está aquí para escribir la historia
—Vd. es periodista. No debería tomar partido y me temo que lo esté haciendo ya, influido por ese Ramiro cruzador de fronteras virtuales. Sí, virtuales. Ha oído bien. Toda la historia que le ha hecho creer sobre su pasado es una patraña. Wills está aquí para escribir la historia real de todo, de ese tipo, el músico que dice que le han robado su canción. Tenemos la fuerza del mundo libre, tenemos la razón de los números, de los datos. Wills acabará comprando a otras startups para integrarlas y construir un mundo mucho mejor, con el que ya estamos experimentando. Necesitamos salvar al sujeto 323-B, porque hay indicios de que su felicidad en Central Park en un momento de la Historia fue máxima. Quiero reconstruir y ser capaz de reproducir -y comercializar, pienso yo- esa sensación. Vd. acaba de probar por sí mismo y ha comprobado lo avanzados que estamos. Y lo hemos conseguido simplemente rastreando pistas, analizando datos. Si tuviéramos al sujeto en persona, si conociéramos e incorporáramos a nuestro programa toda la información sobre sus emociones (¡lo que nos falta!) de él y de los que le acompañan, lo pondríamos a salvo del Gobierno y culminaríamos el proyecto Wills.
Y tú serías el mayor peligro del mundo libre, como tú lo llamas, cacho cabrón. Hago un esfuerzo inmenso para asentir con cara de placidez.
—¿Y qué puedo hacer yo?
—Seguir investigando como hasta ahora. Nos llevará hasta el sujeto. Ya sabré cómo recompensarle. De momento, su revista recibirá la semana próxima una donación anónima de un millón de dólares. Fíjese en la cara de su editor. Seguro que le anima a seguir viajando.
Al salir de su despacho, mi mirada se cruza con la de la otra pelirroja, la chica Uber, que camina a lo lejos y se pierde inmediatamente por un pasillo. ¿No había dicho que trabajaba en el aeropuerto? Definitivamente, son hermanas.

El protagonista del video de Wills es Central Park
Nos reúnen a todos los periodistas en un gran salón de actos donde un video de tres minutos resume el pasado y el presente de Wills. En él el protagonista es Central Park. Aparecen King Kong, Robert Redford y Jane Fonda descalzos en el parque, los hippies de Hair. El discurso de Kink, a continuación, me resulta inquietante. Las startups como Wills podrían sustituir a la denostada clase política, porque el bien, la riqueza, la felicidad se pueden conseguir a través de la tecnología, que nos está llevando a un nuevo estadio de conocimiento, y la felicidad no es posible sin ese conocimiento. Solo hacen falta unas gotas de verdadera, auténtica felicidad, como la levadura en el pan, para que todo se infle al entrar en el horno. Y eso se conseguirá en breve. A la salida, todos mis colegas se muestran impresionados. Sin duda, no deben ignorar que este mismo tipo es el que ha cerrado publicaciones críticas con él en Silicon Valley, pero parece un mesías. Todos han estado alguna vez en Central Park antes (¿y yo?) y su experiencia de realidad virtual los ha dejado anonadados, como a mí.

El taxi de Yellow Cab me lleva a Central Park, junto al edificio Dakota
A la vuelta, me detengo en Nueva York. Decido hacer una escala de apenas ocho horas, cambiando mi vuelo por otro posterior. Le digo al taxista de Yellow Cab que me lleve a Central Park y respiro aliviado viendo el taxímetro, su placa de licencia, su turbante de sij, la conversación medida, sus imprecaciones al tráfico. Le digo que me espere en una puerta determinada de Central Park, junto al edificio Dakota.

Aquí cayó John Lennon.
Aquí cayó John Lennon. Me pauso. Imagino. Y luego voy al lugar exacto y real en el que tuve la visión de la chica pelirroja. Suena mi móvil, número desconocido, escucho la voz llena de acento de Ramiro. ¿Qué tal el Txiki? Ahora ya sabes que no solo la Normal nos persigue. También los millonarios de Silicon Valley quieren crear un propio mundo con sus reglas, implantárnoslas. Nuestra misión es todavía más importante. Tenemos que poner a salvo a Juan M., el individuo 323-B. No sé cómo han podido localizar esa parte de su historia, el momento clave, como para convertirlo en un hombre tan buscado: su paso por Central Park generó una chispa única en el universo, Tximista se dice en euskera.
Sin duda un buen spin off de tu novela Carlos! Me ha interesado mucho! Espero el siguiente episodio!
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