EL LOBO EN EL EDÉN
Venimos del Edén, de donde no debimos ni quisimos marcharnos nunca. Nos embarcamos en una nave segura, que nos protegía del mar y de la lluvia, que nos enseñó a navegar antes de lanzarnos fuera, al torbellino del mundo. Recordamos el jardín, la Pradera, el espacio donde, ya en la vida, fuimos felices, lejos de las leyes de los adultos. Intentamos reconstruirlo tantas veces en el recuerdo, la casa del abuelo, los montes verdes y picudos de nuestro exilio veraniego, cuando nuestros padres nos despachaban por pares, pues los hijos se tenían casi sin freno. Allí, en la Pradera, nos quemó la primera llama ardiente de verdad, la primera punzada inexplicable, que anunciaba a la vez un estadio supremo y su carencia, elevándonos a la nueva vida, decorada de amor. A partir de ahí, nuestra búsqueda se tiznó toda y para siempre de la pátina irrepetible de lo Supremo. Todo cuanto hicimos, las gentes que conocimos, sus historias y las nuestras, todas se impregnaron de conocimiento y arte, alumbradas por la sucesión de amaneceres que arrugaron nuestra piel.
Desgastados ya de vida, anhelando cada vez más el regreso al Edén, nos embarcamos en un avión que surcaría el aire sobre el océano más grande en un viaje cualquiera sin sentido, pues solo pretenderíamos cruzar de uno a otro continente. Bajo nosotros se agitaba el mar sobre el cual imaginamos tantas aventuras mientras jugábamos en la Pradera, protagonizadas por veleros que naufragaban contra una isla misteriosa.
Y el avión cayó y algunos sobrevivimos, convertidos en buscadores de nuevo, náufragos de vidas pasadas arribando a una costa que nos acogería para golpearnos después sin piedad.
Renacimos como los niños de El Señor de las Moscas, siniestros adelantos del hombre que, en cuanto se descuida, se convierte en el lobo de sí mismo. La isla nos invitó a buscar, a sufrir, a interpretarnos, a superar la percepción limitada de nuestro cuerpo.
La montaña central, envuelta siempre en niebla, las nubes lenticulares en forma de platillo volante, los compañeros de viaje, supervivientes con historias tan desgarradas repartidas por México, Japón, Estados Unidos o India, el búnker, los niños que desaparecen, los lobos, gigantes como el enorme hombre azul que descarga rayos letales, la música hipnótica de un adagio, los guerrilleros trasnochados, la ciudad de los Otros, que tanto recuerda a la de otra serie, El Prisionero.
Brilla, mar del Edén, la última novela de Andrés Ibáñez, parte de la serie Perdidos para sumergirse en una aventura literaria descomunal. Todos conocen Perdidos. O creen conocerla.
Porque ¿cuántas interpretaciones se hicieron de la isla, los fenómenos sobrenaturales, los Otros, el búnker refugio? El lobo asoma rápidamente en Brilla, mar del Edén, en cuanto los supervivientes de la catástrofe aérea se organizan y compiten. Andrés ha buceado en siglos de Literatura para componer una sinfonía del Edén, el jardín perdido que tantos artistas han simbolizado a lo largo de los siglos. Y nos ha entregado una Novela Total. Citar otras novelas totales puede confundir (El Quijote, Ulises, En busca del Tiempo Perdido), pero me arriesgo.
Brilla, mar del Edén, es una novela total, que describe un mundo entero encerrado en sí mismo, en este caso, la Isla de las Voces, como contenedor físico del universo humano, que se cuenta a través de historias intensas, bañadas, salpicadas más bien, de todo lo que nos ha conducido a la crisis en la que nos encontramos: religión, ideología, materialismo. Solo el Amor puede redimir tanto camino errado. Y el reencuentro con el Amor solo se puede producir después de una gran odisea, que en este caso es, nada más y nada menos, que el regreso al Edén, de donde salimos un día.
We are stardust, we are a billion year old carbon,
we are golden
We just got caught up in some devil’s bargain
And we got to get ourselves back to the garden.
To some semblance of a garden.
Somos polvo y carbono, somos de oro, estamos atrapados en algún chanchullo del diablo, y tenemos que regresar al jardín, a algo parecido al Jardín. Así terminaba la letra de Woodstock, el himno que Joni Mitchell escribió para toda una generación que vivió en Las Nubes.
Andrés Ibáñez no escatima tretas, como Ulises, para llevarnos de vuelta al Jardín, a la pradera de nuestros sueños, a su Pradera, después de superar la transmutación en lobos a lo largo de nuestras vidas. Andrés ha escrito esta Novela Mundo para estos tiempos de crisis total, para demostrar que el lobo puede regresar al Edén. Gracias, Andrés. Por favor, leed Brilla, mar del Edén, un libro precioso, en tapas duras, con portada del mismo autor, de los que uno no se quiere desprender nunca. Arrinconad a vuestro lobo y buscad el camino del Edén.